
acariciaré las miradas perdidas por
los caminos de la vida,
llenos de desencanto,
tristeza y desamor.
Besaré tus manos maltratadas por la pesca,
los campos,
las minas y burdeles del universo.
Viajaré en pateras silenciosas
que cruzan el estrecho
en noches oscuras,
y me sentaré contigo
en las puertas de iglesias y catedrales.
Ahora que tengo tiempo para amar,
te miraré cálidamente en los semáforos
vendiendo sonrisas en forma
de pañuelos higiénicos,
o periódicos que nadie lee,
y deslizaré los dedos
de mi corazón por tu cuerpo,
deseoso de amaneceres libertinos.
No tendré que vender consumo
en retribuciones en especie,
ni sonreír obligatoriamente
por lo que nunca
me dio paz.
Ahora que tengo tiempo para amar,
quemaré todos los archivos
que nunca dieron sentido
a mi vida,
y sonreiré
a las montañas desencantadas.
Sentiré el silencio de las habitaciones
de los hospitales,
y el cansancio de las
cajeras de supermercados
y grandes superficies.
Me fundiré colectivamente
en puestas de soles
que son irrepetibles
y pasan muchas veces
desapercibidas.
Ahora que tengo tiempo para amar,
daré gracias por los que engendran
música en sus corazones,
y la comparten.
Derretiré el tiempo con la gente
que quiero,
y con los que me son indiferentes.
Le diré al Dios de la vida
que me enseñe
a echar las redes para no verlas vacías.
Ahora que tengo tiempo para amar,
gastaré hasta las últimas monedas para
profundizar en las cortezas de mi alma,
y romper todas las prisas que me impiden
dibujar arco iris con la caja de lápices,
que me regalaron en mi primera comunión.
Aprenderé a decir te quiero,
a mucha gente,
sin timidez,
ni vergüenza.
Ahora que tengo tiempo para amar,
tendré que aprender muchas cosas...
también a navegar,
a sonreír,
y a quererme.
Pedro Javier Martín Pedrós.
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