31 julio 2012

Fernando Beltrán



Amar es este error imprescindible


Para poder vivir,

esta forma distinta de sentir la lluvia

cuando llega el otoño

y la saliva

de los parques más tristes

habla sólo al oído de los locos,

de los cuerdos de atar,

de este poema

empapado de sed,

muerto de amor y frío,

acantilado al borde de un abismo

que antes nunca escribí
Foto de Marce de las Muelas

margaret atwood

POEMA NOCTURNO


No hay nada que temer,
es sólo el viento
que ahora sopla hacia el este, es sólo
tu padre..........el trueno
tu madre..........la lluvia
En este país de agua
con su luna ocre y húmeda como un champiñón,
sus muñones ahogados y sus pájaros largos
que nadan, donde crece el musgo
por todo el tronco de los árboles
y tu sombra no es tu sombra
sino un reflejo,
tus padres verdaderos desaparecen
al bajar la cortina
y quedamos los otros,
los sumergidos del lago
con nuestras cabezas de oscuridad
de pie ahora y en silencio junto a tu cama...
Venimos a arroparte
con lana roja,
con nuestras lágrimas y susurros distantes.
Te meces en los brazos de la lluvia,
el arca fría de tu sueño,
mientras aguardamos, tu padre
y madre nocturnos,con las manos heladas
y una linterna muerta,
sabiendo que somos solamente
las sombras vacilantes que proyecta
una vela, en este eco
que oirás veinte años más tarde.



Foto de Annedore schreiber

Vicente Aleixandre




Estancia soleada:

¿Adónde vas, mirada?

A estas paredes blancas,

clausura de esperanza.

Paredes, techo, suelo:

gajo prieto de tiempo.

Cerrado en él, mi cuerpo.

Mi cuerpo, vida, esbelto.

Se le caerán un día

límites. ¡Qué divina

desnudez! Peregrina

luz. ¡Alegría, alegría!

Pero estarán cerrados

los ojos. Derribados

paredones. Al raso,

luceros clausurados.

Zamba para mis amigos

J. S. del Viejo


                                                              
 Ganador del 3er. Clasificado del V                                                                                                            Concurso de Poesia y Narrativa                                                                                                                               CASAL DE GENT GRANT de Rubí, Mayo 2007









ACEITUNAS MORADAS.                                          
 A la memoria de Paco Delgado Pérez, que fue quien me contó esta historia, aunque con más rabia y crudeza de lo que yo haya podido transcribir.

A Paco los botos de cuero rígido le iban pesando cada vez más, a causa del barro rojo y pegajoso que acumulaba en sus suelas. Su amigo y compañero Antonio estaba pasando por la misma dificultad que él, unos cuantos olivos más abajo. Ayer llovió bastante y la tierra removida por el arado era una autentica argamasa. Pero tenían que aguantarse. El tiempo de la rebusca era el que era, no había más remedio que adaptarse a él soportando todos los inconvenientes que vinieran. De todas formas, hoy no se podían quejar, las talegas de lona se iban engrosando considerablemente. Los preciados frutos recolectados casi uno a uno de entre el espeso ramaje, extraídos por las expertas manos echas a los rigores los trabajos del campo no eran escasos. Era un poco una cuestión de suerte. También dependía de la particular avaricia del propietario del olivar y de la habilidad de los vareadores.
Cuando las talegas ya estaban casi llenas, los dos compañeros decidieron que ya estaba bien por hoy, se las echaron al hombro y comenzaron a caminar hacia la carretera donde habían dejado la bicicleta en la que los dos llegaron hasta el lugar. El trabajo de quitarse las costras de barro del calzado les ocupó largo rato, restregándolo entre el húmedo yerbazal.  Después descansaron un buen rato sentados en la cuneta mientras fumaron un cigarro pacientemente.
Por la inclinación del sol, que se adivinaba por encima del manto de nubes y por el ligero cosquilleo de sus estómagos vacíos, dedujeron que ya era más que pasada la hora de la comida de mediodía.
Con cada una de las talegas en cada una de las cavidades de las aguaderas, subieron a la bicicleta e iniciaron el camino de regreso a casa. Antonio en la parte trasera, sobre el  porta paquetes  y  con las piernas colgando a cada lado del cuadro. Paco, sobre el sillín era el encargado de pedalear y conducir por entre los baches y los descarnados del empadrado de la carretera. Había que darse prisa para salvar los más de veinte kilómetros que distaban del pueblo.

Aparecieron de improviso, como salidos de las profundas sombras de las encinas de los campos limítrofes. De forma instantánea se situaron, como dos sombras verdes, en el centro de la carretera como dos espectros coronados de charol negro. Les impedían el paso de forma irrevocable.  Cuando Paco frenó y echó pie a tierra, Antonio ya estaba sobre el empedrado, de pie junto a él, como buscado protegerse con el cuerpo de su compañero.
-¿A dónde vais? ¿Qué es lo que lleváis ahí?  -inquirió uno de los guardias civiles, sin mediar ningún saludo-.
-Vamos para casa, a Montijo; llevamos unas aceitunillas que hemos estado rebuscando en el olivar de la cuesta, antes de llegar a La Roca de la Sierra –respondió, Paco nerviosamente.
-Me parece a mí que son demasiadas aceitunas para que sean de rebusca. Estas las habéis robado del otro olivar que hay más a la izquierda, que no está todavía vareado, ¿no es verdad? –dijo el otro guardia, sacando una de las talegas de las aguaderas y removiendo su contenido con una mano.
-No, señor guardia; mi compañero le dice la verdad, son de rebusco. Estamos toda la mañana expurgando los olivos para poder sacar esas cuantas –se atrevió a decir Antonio, sacando la cara por la defensa del botín que habían conseguido con tanto trabajo.
Un inesperado revés dado con la mano derecha de uno de las guardias llegó a la cara del muchacho, haciéndolo caer a tierra ante el asombro propio y el de Paco, que no daba crédito a lo que esta viendo. El otro guardia puso una mano sobre el manillar de la bicicleta y apartando de un basto empujón a su propietario preguntó muy secamente:
-¿Quién es el dueño de la bicicleta?
-Yo –respondió Paco mientras intentaba mantener el equilibrio dando traspiés por efecto del empuje.
 -Pues bien, nos la llevamos. Cuando quieras te pasas por el cuartel de La Roca y le explicarás al sargento de donde habéis robado las aceitunas. ¡Vamos, andando, ya podéis iros para vuestra casa y mucho cuidado con saliros de la carretera a hacer daño en algún sitio.
Los dos compañeros emprendieron la marcha con una honda tristeza colgando de sus fatigadas caras. La impotencia de no poder rebelarse contra el claro abuso de autoridad se mezclaba con el miedo de perder la bicicleta, único medio de transporte con el que se podían desplazar por los alrededores del pueblo, en busca del necesario trabajo, para llegar al tajo cuando lo tenían o para "bichear" los escasos recursos que el campo brindaba a la subsistencia familiar. Caminaban sin mirarse, sin decirse nada. No era necesario decir nada. Eran tantas las horas que habían pasado juntos que ambos conocían, de sobras, lo que el otro pensaba. No eran hermanos, sólo vecinos, pero tenían una especie de pacto de sangre entre los dos. Nunca se habían referido entre ellos a esa especie de acuerdo de lealtad entre caballeros. Pero sabían ambos que podían confiar el uno en el otro como si se tratara de sus respectivos padres.
-¿Te duele? –rompió el silencio Paco, refiriéndose a la cara de su amigo, entumecida por el frío y la bofetada recibida.
-No, casi nada. ¿Qué vas ha hacer mañana? Tendrás que ir a por la bicicleta. Yo no puedo hacer nada, no te puedo ayudar.
-Ya lo sé, Antonio. Tengo que buscarla. Ya sé lo que me espera, pero ¿qué remedio? La necesitamos.
Varias horas después estaban ya en el pueblo donde no pudieron más que extender el pesar, la preocupación y la rabia al resto de sus familias. Nadie podía hacer nada por ellos. Aunque creían de todas todas en la honestidad de los dos muchachos y sabían que no habían cometido ningún delito, no podían influir en los asuntos del poder establecido, aunque este poder fuese injusto.

Encogido por dentro, Paco cruzó el amplio portón del cuartel. El guardia de puerta le dijo que esperara, que el sargento no estaba en ese momento, pero que no tardaría mucho. Realmente no pasaría más de media hora en la pequeña y fría sala de espera, pero para él era como si hubiera estado esperando durante un sin fin de horas. Por fin apareció. Enjuto, agrio y con un fortísimo olor a aguardiente que decía claramente que su procedencia era alguna de las tabernas del pueblo. Lo siguiente es fácil de suponer. Un monologo vociferarte y autoritario lleno de insultos y acusaciones, sin el justo derecho a la replica, a la defensa verbal, al pataleo... Las, salvajemente autoritarias manos, llovían golpeando sin piedad el maltrecho cuerpo del muchacho. Por todas partes. Desde todos los ángulos imaginables. Y con la misma furia injusta, rabiosa y casi babeante de quién parece que le va la vida en ser cruel gratuitamente. Después, aún algo peor; la nudosa y flexible vara de madera verde, manejada con ímpetu desmedido y no menos absurdo, siguió apaleando al sumiso ultrajado, que casi ni oponía resistencia, ni intentaba siquiera cubrirse las zonas mas sensibles. Dejó hacer a su verdugo con la sola esperanza de que acabase pronto tal martirio. Todo duró poco más de media hora. A Paco le pareció una eternidad inacabable.
Al día siguiente, al despertar el frío día, Paco se estudiaba, recontaba y lavaba con agua fría la inmensidad de magulladuras que cubrían casi todo su frágil cuerpo. Verdugones y ramalazos de diversas formas y extensiones que asemejaban, almenos en el color, las codiciadas aceitunas moradas rebuscadas el día anterior entre los ya esquilmados olivares cercanos al pueblo.

                                           

30 julio 2012

Mara Guadalix


TU PLANETA ROJO

Hemos perdido tanto en el camino!,
hemos visto quedarse a gente en la cuneta,
con sed y los pies doloridos,
hemos seguido arrastrando el alma a veces,
con la herida en la boca,
y el hambre pellizcando al amor propio.
Hemos llegado al puerto prefijado,
y tras observar unos segundos,
hemos partido nuevamente,
somos aves migratorias, de paso y
que pasan por los campos en flor,
los trigales crecidos, y frutales en sazón.
No obstante, yo busco un pan,
tu pan, no cualquier pan,
pan hecho con tus manos de panadero,
y el aceite dorado de las olivas que nacen en tus campos,
el vino rojo y afrutado que calma a este seco planeta rojo,
que soy en ocasiones, tu Marte enamorado.

29 julio 2012

MALU y ALEJANDRO SANZ - Corazon partio.

Blanca Varela,


Blanca Varela,


Tal vez en primavera...


Tal vez en primavera.
Deja que pase esta sucia estación de hollín y lágrimas
hipócritas.
Hazte fuerte. Guarda miga sobre miga. Haz una fortaleza
de toda la corrupción y el dolor.
Llegado el tiempo tendrás alas y un rabo fuerte de toro o
de elefante para liquidar todas las dudas, todas las
moscas, todas las desgracias.
Baja del árbol.
Mírate en el agua. Aprende a odiarte como a ti mismo.
Eres tú. Rudo, pelado, primero en cuatro patas, luego en
dos, después en ninguna.
Arrástrate hasta el muro, escucha la música entre las
piedrecitas.
Llámalas siglos, huesos, cebollas.
Da lo mismo.
Las palabras, los nombres, no tienen importancia.
Escucha la música. Sólo la música

Dire Straits - Walk Of Life

Ada Salas


A qué región me llegaré a buscarte






A qué región me llegaré a buscarte
ahora que reposas a mi lado
en forma de deseo
hombre
cuya belleza apenas
conocía. Cada día me ciñe
su cilicio de ausencia.
Me has herido de vida desde toda
tu muerte
y no hay sueño bastante a tu vacío.


Colección Poesía en la distancia

Desde la ventana de nuestro blog, queremos compartir con todos nuestros amigos este sexto libro“ A tu encuentro “ de la colección “Poesía en la distancia “, así iremos abriendo, poco a poco, las páginas del mismo.



                                     • Laura Caro Pardo • Hélène Laurent •



Hay un azul oscuro
esperando ahí fuera,
un azul intenso de abismo
que juega a engullir
el mar en sus azules brillantes
y el firmamento azul claro
en su prudencia.
Un silencio ensordecedor
se apropia la noche
mientras Colombina
descansa en sus blancas sábanas
y el triste Pierrot mira al cielo.
Arlequín sigue despierto:
dibuja en su máscara
corazones de miel
sin presentir la tragedia
que anida sigilosa en la noche.
Al calor del horno
el azul noche invade el papel
disolviendo, en cada letra,
la paleta de colores.

28 julio 2012

Miguel Poveda y Diego Carrasco - Alfileres de colores 2006

Enriqueta Ochoa


Sin ti, no




Sin ti, no.
Sin ti, ni un paso más.
Ni al pasado ni al olvido ni al futuro.
Sin ti sólo el grito con lágrimas,
agazapado, trizándose la lengua,
esperando el minuto distraído
en que me saltaré las sienes
una tarde de otoño;
en una de esas fugas del misterio
en que Dios se descuida, sin quererlo.

Milagros Martínez Castellares


Reconociendo el Síndrome


Nadie en el mundo puede
llevarme del horror al caos
con esa fascinante sensación de gloria.

Intoxicarme deliberadamente
con ese néctar amargo que bebo enloquecida.

Clavarme 7 cuchillos afilados
en cada una de mis regiones.

Pero ahí estás, y yo con las botas puestas, puedo escapar.
Me quedo.

Anna Benítez del Canto


27 julio 2012

Duquende canta a Leonard Cohen

J. S. del Viejo




CERTIDUMBRE

Tú tienes la ocasión
de la flecha en el arco,
del aire refrenado
en tremolar de chopos,
cuando el sol de septiembre
afina los violines de miles de cigarras.

Tu mano pone freno a la desidia,
la prisa en la pisada
de la arena tan fina del firme del camino,
donde la tarde guarda
un lugar escondido con premura
para que no se sepa con certeza
por donde sale al campo
el verde y el aroma de la menta.

Quiero que me sorprenda tu mirada
buscando en el remanso de los ríos
los peces de tus pechos saltarines,
que tienen la virtud de provocarme
la risa de las ansias espontáneas
que me hacen aflorar, como saetas,
retoños de deseos de vivirte
en el lecho de muertas soledades.

Tú tienes la ocasión
de darme todo el soplo de la vida
que aviva la ilusión y la esperanza.







Víctor Vergara


- LA LUNA TRISTE DE SENDAI.

























La luna está triste en Sendai.
El loto del agua linda
no desprende hoy su perfume
y la lágrima del cerezo hiela
bajo los copos de nieve su flor.
Aiko, la niña anime,
no comprende por qué el dragón de miedo
escapó del mar
para triturar a las casitas de origami.
Y mira sola,
con maquillaje de arroz sucio en la cara
y dos pétalos granates en los labios,
a los barcos dormidos sobre los tejados.



 http://www.poesiavictor.com/

María José Collado


En el jardín


Latía lenta la luz, moneda en el ramaje,
animal retozando sobre ovillos de hierba.
Impulso de brisa en el vacío columpio,

la niñez en su arcón azul de distancia,
jugando a ser cadencia en las páginas
inquietas y tatuadas de un viejo libro,
cruzaba la conversación de dos amigos.
Un mar de burbujas los vasos compartidos,
un aleteo, un trino, pasaje de plumas,
aceite balsámico la calma del agua
o ángel suspendido entre dos silencios.
Abrigo de setos para las confidencias,
descorchaban recuerdos en la madreselva,
sobre la cal de las tapias nidos de sombras,
las voces puntales del arco de las horas.
 

26 julio 2012

Enrique Morente-La Cogida y la Muerte

Toño Morala


COLABORACIÓN: EL TALLER DE PLATERÍA




         Hay oficios de una belleza tangible, donde las manos artesanas y la creatividad a flor de piel  juegan un  importante papel. Manos sabias que recorren la plata y sus sensibilidades para  crear piezas que llenen los sentidos de magia y seducción. Espacios ocupados por minerales de ley, y a veces acompañados de piedras preciosas, y en otras ocasiones no tan preciosas, pero si precisas y muy bonitas. Un pequeño taller de platería en el que se conservaban restos de su  actividad artística, todo un mundo lleno de buenas cosas para la observación. Por eso es por  lo que vamos a dedicarle este pequeño espacio con el fin de que estos últimos vestigios de la platería sean conocidos, porque pensamos que no tardando mucho habrán desaparecido, perdiéndose con ello uno de los oficios más creativos. El orfebre platero hace sellos, sortijas, pendientes y joyas con piedras preciosas, cadenas, collares, brazaletes, copas, platos y fuentes de plata…Los negros azabaches se dan la mano y se juntan muy bien a las platas. Se engarzaban rosarios y collares. Antiguamente la casa-taller, el obrador del platero, se encontraba en las plazas más céntricas; la tienda contaba con una trastienda donde se guardaban los pesos y útiles del oficio, y a la vez se instalaba una pequeña oficina; allí  se anotaban los encargos y se guardaban los papeles y recibos. Detrás de ésta se situaba  el taller, con máquinas manuales y herramientas, y a continuación, la fragua con el horno (hoy ya no existen en los pocos talleres que quedan). Las tiendas estaban integradas, básicamente, por el mostrador y los aparadores, vitrinas donde se exponían las piezas. Las tiendas de platería sin duda, ocupaban un espacio muy importante en las ciudades y villas.
Taller de platería Ramírez
Muchas de las herramientas han quedado en desuso, pero han sido muy  importantes en la actividad profesional de la platería. La mesa o tablero  donde trabajaba el artista, básicamente mantiene los elementos que este tipo de mueble requería. Posee una escotadura circular en el centro y tres cajones. En ella, se asienta la astillera, pequeña cuña para limar y repasar las piezas. El primero de los cajones se destinaba para las herramientas, el segundo se le llamaba el cajón de la plata, cuya misión era recoger las limaduras que al trabajar este metal caía de las piezas que se estaban elaborando; con ello, estos restos eran de nuevo aprovechados,  también se evitaba que las piedras preciosas cayeran al suelo; el tercer cajón se destinaba para otro tipo de limaduras, alpacas y metales diversos, que luego en los crisoles se fundían. Importante también son los cajones divididos en compartimentos para guardar las herramientas menudas; diversos alicates de puntas diferentes, pequeños punzones, limas de diferentes tamaños y formas, martillos esenciales para estirar  las piezas, y un pequeño tas o yunque que sostenía los golpes sin rechistar. Las cajas que contenían los moldes y las piedras finas, otros cajones con llaves para documentos, facturas, piezas acabadas, etc. Otros enseres imprescindibles en el obrador como los candiles eran muy importantes, así como los antiguos braseros de carbón. Cada taller tenía un troquel que servía para marcar las piezas con la ley del metal, así como las iniciales del maestro platero. Comentar que los aprendices no cobraban, solo si terminaban de oficiales o maestros lo hacian; podían estar tranquilamente dos o tres años para aprender el oficio.
El artesano Chema Méndez soldando una pieza de plata.
Pieza del Mes Museo Etnográfico Provincial. El después.
Taller de platería Ramírez. El antes.

Herramientas como diversos modelos de ágatas, servían para bruñir el metal. Embutidoras y dados de ranuras, buriles y punzones para grabar y repujar, la hilera para trefilar los alambres finos, las badanas para pulir y finalizar las piezas, la balanza con sus pesas. Entre otras maneras de pesos tenemos una de dos platos distantes en fiel y en equilibrio, en uno se echa lo que ha de pesar, y en el otro las pesas. Un soplete candileja de soldar y soplete a boca, recipiente del candil en que se pone aceite u otro combustible para que ardan una o más mechas y dirigiendo la llama, a través del soplete a boca, se conseguía hacer las soldaduras.
 El tiempo no pasaba en el pequeño taller, el platero se conformaba con el silencio y poco más, una paciencia a prueba de latidos de corazón pausados, y el leve murmullo del exterior, de esas calles estrechas y de formas peculiares que hacían la vida más tranquila. No hemos de pensar que el platero por trabajar metales nobles, gozara de una posición alta, ni siquiera medio-alta. Pese a que el romancero le dedica unos bonitos versos… “El que trata con Señores, el estimado de Reyes, el arte al fin de Plateros, que es decir lo que se puede”... La realidad es que sí hubo plateros que alcanzaron gran fama y ocuparon un puesto privilegiado, gozando de una alta posición social por el elevado capital que lograron conseguir, pero hubo también otros plateros que murieron pobres; es el caso de Ramón Fdez. De Arróyabe. En su partida de defunción de 22 de diciembre de 1842 aparece: “no testó por carecer de bienes”. La revolución industrial llegada a España hizo que naciera una clase burguesa, cuya situación económica medio-alta fue la demandante de  platería civil; por otro lado la Iglesia se había quedado sin vajillas religiosas, saqueos y entregas por las guerras, que era preciso reponer. La burguesía que acabamos de mencionar y la Iglesia fueron los dos clientes que hicieron que se levantaran pequeños talleres de platería, que habían vivido mal, y que nacieran otros nuevos. Hay que decir que la calidad de la plata, así como el valor artístico de las nuevas obras fue muy inferior al de épocas pasadas, pues las economías aunque relativamente en alza, no tenían el peso y el apoyo de los nobles señores. La denominación “Joyería-Relojería-Platería”, nos indica que algo ha cambiado, los acontecimientos políticos e históricos de un país tienen diferentes repercusiones en los negocios. A partir de los años setenta, la economía española está en franca decadencia y ello hace que estos negocios familiares se vengan abajo, teniendo que adaptarse a la nueva economía, donde las grandes fábricas abastecen de todos los productos.
Taller de platería Ramírez

Feelin' Good - Nina Simone

Julia Isasi Martínez



QUE PENA SIENTO MADRE…






Qué pena siento Madre,

pasaron las vacaciones
y quedaron algunas almas durmiendo en la arena,
como conchas tristes,
huecas, solitarias.
Qué pena,
duermen en las noches del verano,
en el circo, el televisor, la fiesta,
en el teatro.
Ya vuelven los anuncios publicitarios
sugiriendo un quehacer gris
en septiembre,
mientras tejen memorias ocre,
los olvidados....
Qué pena siento Madre,
que hoy no escucho el grito silencioso
de miles,
y miles de indignados...


Lorena Estrada





Lorena Estrada. Nació en San Salvador, el 10 de mayo de 1988. Estudiante de Artes de la Universidad de El Salvador. Se dio a conocer al obtener el segundo lugar en la rama de Poesía en el Certamen “Matilde Elena López” en su edición de 2009, organizado por el Departamento de Letras de la Universidad de El Salvador.  Ha publicado en “La Huesera Colectiva”, boletín de poesía que dirige Vladimir Amaya; y en el extinto boletín de la Escuela de Artes, “PlasmARTE”.


Hojas en el césped



Fui yo
quien no vio un ángel levantándose desde tus ojos
o un pañuelo castaño ondeándose al final de tu risa.

No imaginé el sueño cubierto de selva
pero sino amara tanto, bien podría compartir tu muerte.
Porque más profundo llegan los que jamás nos abordan.

Fui yo
quien no leyó tu sombra bajo el eclipse,
en el silencio de la espuma
que al trasluz de la arena se desvanece.

Y no vi en tu cuerpo las hogueras,
la fuente del insomnio que otras anhelaron

No destilé mi sangre para tu sed inmensa.
Ni le puse tu nombre a mis naves hundidas.

Tus manos vulnerables no encontraron impulso y fibra
para sacudir la ceniza de mi frente.

Mas lo cierto
No supe, o no quise,
Eso es otro laberinto
que ha de llevarse al otro lado del aguacero

…Alguien más llorará por nosotros
Alguien más recogerá las hojas que dejamos…
Hoy el mundo se prepara para dar su siguiente vuelta…

Ada Menéndez


QUÉ ME IMPORTA


Qué me importa a mí tu silencio
qué me puede importar, a mí, la palabra de Dios

sólo despierto preocupada
cuando no me escucho
durante los gritos de tus oraciones

qué me importa a mí la noche
si no crees en lo que no ves

 

24 julio 2012

Mercedes Sosa - Alfonsina y el mar

Antonio Orihuela







CUANDO LOS DÍAS ARDÍAN



a David González, Jesús Márquez y Daniel Macías,

impecables viajeros

y a Manuel Vilas que me prestó su 850.



Mi primer coche lo compré en 1991,
un Citroën Mehari del 79,
uno de los últimos modelos que se fabricó en España,
cuando aún no había autopistas
y las carreteras eran sitios
donde se podían alcanzar velocidades de crucero de 70 Km./h.


Se lo compré a un mecánico de Sevilla,
mi padre vino conmigo a verlo,
cuatro barras y una lona vieja y raída a modo de capota
que mi madre cosía una y otra vez
porque solía rajarse
y entonces parecía el buque fantasma
desplegando sus velas en mitad de la noche,
por la carretera de Lucena,
cuando desear era tan fácil
y el verano se extendía más allá de la comisura de nuestros labios
por la hierba breve de la casa de los sueños azules de Paco
Naranjo,



bajo la luz de la piscina del pulpo verde
y los hermosos cuerpos que ya no volverán.


Mi padre había venido todo el camino diciéndome
que si no había más coches en el mundo,
que había que ver la porquería que iba a comprar.


-No había, no había más coches en el mundo
que mi Mehari verde,
un coche de juguete para un mundo de adultos
que se habían cansado de jugar.
Mi padre le pidió al mecánico que le abriera el capó
y cuando vio lo que había allí dentro estuvo a punto de echarse a
llorar,
latas viejas, piezas comidas por el óxido y la corrosión,
vestigios de la posibilidad de vida más allá de la muerte
envueltos en varios dedos de grasa negra y compacta
que manchaba con solo mirarla.


Le preguntó al mecánico que cuánto quería por aquel montón de
chatarra.
-Trescientas mil.-
Será cargado de chorizos –le dijo.


Y el tipo aquel se puso rojo
y cerró el capó con sus gomitas entre los dedos.

Me había costado tres meses ganar ese dinero,
tres meses perdiendo los ojos de ocho a tres
en una fría habitación del Servicio Provincial de Arqueología
de la Excelentísima Diputación Provincial de Huelva,
tres meses absurdos
perdidos en dibujar fragmentos absurdos
extraídos del vientre de los siglos
en el corte y estrato de vetetúasaberdónde
según la metodología bulldozer,
clasificados en bolsas según el método Ogino,
dibujados según el plan Badajoz
e interpretados delante de una baraja de cartas de la bruja Lola
y tres velas negras, una por cada Doktor inútil
que allí seguirá haciendo como que trabaja
y otra por el calvo pelota con despacho propio
encargado de tocarse los huevos, leer el periódico
y vigilarnos.

-Trescientas mil.


Mis primeros tres sueldos,
se lo dije al Mehari, bajito, como una confesión,
un intento de reconciliación con aquellos cuatrocientos kilos de
plástico ABC
y fibra de vidrio,
un intento de ganarme su confianza
para que aceptara venirse a casa, conmigo.

-Los platinos, estaría bien cambiárselos, me dijo el mecánico
antes de esfumarse.
Se los cambiaba cada año
pero siempre le costó arrancar.

Después hubo que cambiarle la batería,

los cables de arranque y las bujías,
la caja de cambios, que me enteré catorce años después
siempre había estado suelta,
la dirección, las trócolas, el bombín de la gasolina,
el depósito de combustible, el panel del velocímetro,
el interruptor de la intermitencia y hasta el cenicero
le cambié en una prospección arqueológica por Valverde
en la que me encontré un Dyane abandonado
que tenía intactos los muelles de los asientos
y un cenicero donde no había fumado nadie nunca.


Las ITV las pasaba porque le pintaba de betún las ruedas,
le rellenaba de plastilina los agujeros,
le echaba pegamento en los faros para que no se movieran,
ponía cara de cordero degollado
y me encomendaba a la Virgen de los Desamparados.

En verano, si arrancaba,
era una fiesta continuar hasta la playa,
quitarle los asientos y llevarlos hasta la orilla,
sentarse allí en un Mehari invisible
y mirar las olas
y el mundo que no parecía tan malo a la vuelta.

Pero en invierno
había que subir en él como si hubieras quedado con Admunsen en
el Polo
y la lluvia entraba por todas partes
y se balanceaba en las curvas desbordando el salpicadero,
mojándolo todo,
achicando agua con las esterillas de plástico,
moviendo con la mano izquierda las escobillas perezosas del
parabrisas,
empujando con la derecha las bolsas de agua de la capota,
taponando con cartones
las brechas del techo por donde el agua corría como un surtidor,
viajes hoy predecibles que fueron ayer
duchas frías a todo lo largo y ancho del suroeste de la península
ibérica.

Subiendo un día a Zalamea se le rompió el bombín de la gasolina
y lo arreglé con un chicle.
Bajando otro día de Jerez fue el cable del acelerador
y se lo cambié por un cordón de mis zapatillas.

Nos montábamos cinco inútiles, cinco mochilas, dos jalones,
mil bolsas con material arqueológico, dos cámaras,
veinticinco mapas escala 1:25.000,
podía con todo el coche de plástico con su volante de plástico
y sus asientos de escai negro y su alma blanca.

Catorce años a mi lado, catorce mil averías entre mis manos,
catorce llantos por cada una de sus esquinas,
catorce años descargando maricones,
catorce años las orejas del bóxer Dor ondeando al viento en el
asiento de atrás.

Catorce corazones, catorce cruces clavadas en el monte del olvido
y un poema que le escribimos David González y yo en Ayamonte,
un poema que hablaba de pasajeros que llegaban a la estación de
la vida
tal vez porque por aquellos años estábamos sentados en mitad de
las vías
,esperando un tren que nunca se dignó a pasar y arrollarnos.

Mi perro Dor se fue en él no hace muchos días,
en una mañana fría de invierno,
fuimos a comprar su pienso
y en la tienda nos dijeron que era el último saco,
que ese pienso ya no se volvería a fabricar,
el pienso que mi perro había comido toda su vida.

Me dijeron lo mismo del corazón de los dos,
ya no se fabrican corazones de lata ni corazones de perros como
estos,
todos los corazones a partir de cierta edad se vuelven de plástico,
como los abrazos de los hombres que un día fueron tus amigos.

Yo había soplado esa tarde una tarta con cuarenta velas,
pero no sabía que había soplado tan fuerte ni tan lejos
como para que los dos me dijeran adiós al mismo tiempo
y para siempre.


(De La ciudad de las croquetas congeladas. Editorial Baile del Sol. Tenerife. 2006)