Perdóname. No volverá a
ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido
y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del
otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.
Hablo
con humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna
de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que
apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos,
amor-,
don gratuito, porque nada merecí.
¡Y la verdad! ¡Y la
verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e
hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los
hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie
sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una
cereza
( "hoy se caen solas las cerezas",
me dijeron un día, y yo sé por
qué fue ),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.
Se me había olvidado
algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentía
o, tal vez, me
jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era
importante
porque pertenecía a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si
considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya
mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin
manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)
Pero se me ha
borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni
siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el
presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la
alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su
patria,
su situación precisa, los caminos
que conducen a
ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.
Y cuando sepa dónde la
perdí,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para
mí, que es su sentido.
Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te
ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones.
De "Libro de las
alucinaciones" 1964