
Olga siempre fue minuciosa y delicada con las cosas que le rodeaban.
Su infancia transcurrió jugando en el taller de mecánica que su padre tenia.
Así fue como surgió su afición por los coches. Casi todas las tardes después de llegar del colegio apretaba algún tornillo o arreglaba ruedas pinchadas.
No le hubiese importado seguir los pasos de su padre, pero éste siempre se negó.
Olga era una chica lista y responsable, independientemente de la mecánica sentía pasión por los idiomas,
Así que una vez terminado el instituto se matriculó en la universidad en la especialidad de filología inglesa.
Algunos veranos iba a Londres y alternaba alguna tarea extra a la vez que practicaba inglés.
Nunca se acostumbró al frío y al aspecto gris de la ciudad, pero decidió seguir allí.
Comenzó a dar clases de apoyo a chicas y chicos de un instituto, así se ganaba algún dinerillo extra.
Una tarde pasó por delante de una empresa de autobuses donde un anuncio solicitaba conductores. Al día siguiente dejó su currículum con la foto donde ella se sentía más guapa.
A las pocas semanas y tras una larga entrevista con el jefe de recursos humanos fue seleccionada para formar parte de la plantilla.
La empresa le había asignado inicialmente a Olga una línea tranquila de cercanía cuyo recorrido era de unos 15km, desde la ciudad hasta su destino.
Casi siempre subían los mismos pasajeros. Poco a poco Olga se fue fijando en cada uno de ellos.
En la forma de subir las escalerillas, si daban los buenos días, las buenas tardes, la forma de coger y pagar sus billetes; también observó como casi siempre se sentaban en los mismos asientos, se respetaban los sitios como si estuviesen abonados a los mismos.
Un día se le ocurrió imaginarse como serían sus pasajeros fuera del autobús, sus vidas, costumbres, preocupaciones…

André Faget.
André o “el pasajero discreto” como denomino a este caballero, no representa más allá de los cincuenta y pocos años, delgado, más bien escaso de talla, bastante pálido, y eso si, tiene unos preciosos ojos grises.André es sobre todo discreto.Los miércoles puntualmente sube a la línea y se baja seis paradas más adelante. ”Buenos días señorita Olga” ,un “buenos días” extendido a todos los presentes y un “adiós” acompañado de un leve gesto al salir, era casi todo lo que podías sacar de él, salvo por aquel día...Hace ya algunos meses, al finalizar la jornada, todos los conductores revisamos el vagón de pasajeros, por si hay algún objeto abandonado por descuido. En la inspección apareció una cartera de piel. No fue la curiosidad lo que nos hizo abrirla, más se trataba de identificar a su legitimo propietario. Así fue como supimos que aquel caballero se llamaba André Faget, que era oriundo de Marsella y nacido en 1949. Junto a la carta de identificación del Estado Francés, figuraba una tarjeta en la que se leía: “André Faget Formentierre, Professeur de Musique”.Desde que a la mañana siguiente, se personara en las oficinas de la Línea y le devolviéramos su cartera, un gesto de profunda gratitud nos une desde entonces.No hubo más remedio que identificarlo y así supimos su nombre, y desde ese mismo instante él el mío, por eso me saluda más personalmente cada vez que monta en el autobús.Salvo este incidente, nada más, su silenciosa actitud y discreción no apuntaba destinos. Siempre se hacía acompañar de un pequeño libro que mantenía ceñido al pecho bajo la tensión de su brazo izquierdo, dejando prácticamente oculto el título y autor del mismo, era todo lo que tenía para conocerlo algo mejor.Día tras día, fui sumando vocales, sílabas y consonantes hasta averiguar que aquel libro era de JACQUES DERRIDA un filósofo y el libro en cuestión Del Espíritu, nada que aportara ningún dato adicional a su personalidad, salvo el gusto por los ensayos.Creo recordar que en una ocasión, entabló conversación con una señora que inusualmente tomó esta línea de autobuses.Por el modo en que conversaron parecían conocerse, observé que en un momento dado, ella le entrego lo que bien podría ser, un manojo de cartas enlazadas con una cinta de color azul oscuro, también recuerdo que se quedó en el autobús al menos dos paradas más, una vez André se había bajado algo circunspecto. Observé por el retrovisor, como no dejó de mirar al autobús hasta que giramos en la esquina de Sagasta con Campoamor.El inspector de calidad de la línea coincidió en aquel viaje, y supo reconocer a aquella mujer. Al parecer se trataba de Dª Ángeles Caracuel, una librera de la calle Espronceda, una señora también muy reservada, casada y sin hijos que enviudo muy pronto. A poco de contraer matrimonio, su marido aficionado a la montaña, se perdió escalando el Elbrus y apareció semanas mas tarde congelado, se dijo entonces que el arnés había fallado. Al caer se había roto varias costillas y el tobillo de la pierna derecha. Desde entonces vivía sola dedicada a sus libros.
Puedo llegar a imaginar un encuentro fortuito, una amistad discreta a la antigua y posiblemente un final no deseado.
"Tu amistad a menudo me ha herido el corazón Sé mi enemigo por amor de la amistad". Jacques Derrida.
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