13 diciembre 2007

Relato de María Magdalena Gabetta


De pronto en el cielo nació una nueva estrella

era un alma buena que ascendía,

un coro de ángeles precedió su llegada

y manos sanadoras curaron sus terrenales heridas

”Sin saber a dónde lo dirigían sus pasos,

deambuló en la noche. De pronto se encontró frente a la puerta,

la miró sorprendido reconociéndola,

emocionado estiró su mano y acarició su superficie

.- es vieja y aún aguanta - pensó.

Con timidez tocó timbre,

hacía mucho tiempo que no escuchaba ese sonido.

Otros timbres habían repiqueteado en sus oídos

durante años, pero no ése.

Era el sonido de su infancia el que ahora escuchaba,

junto a otros sonidos.

Las voces de la familia.

Las risas de mamá cuando servía la mesa

en las comidas y la voz bronca de papá

diciéndole piropos en las mañanas,

cuando ella le llevaba una cálida taza de café al despertarlo;

las voces y risas de los hermanos alegrando el hogar.
A ellos también mamá los despertaba

con una taza de café con leche y todas las mañanas cumplía con su rito,

les acariciaba cariñosa la cabeza con una mano

mientras depositaba un beso en la mejilla de cada uno,

un beso con amor y con ruido,

un beso de mamá. Eran buenos recuerdos.

El sonido también le traía el recuerdo de noches como éstas,

la noche previa a la Navidad,

horas antes de la Nochebuena,

cuando todos (los mayores principalmente),

corrían tratando de ultimar detalles,

que todo estuviera en orden y hermoso,

como el nacimiento del Señor lo merecía.

Guirnaldas, flores, luces y un precioso árbol.

Una sonrisa cruzó su rostro al recordar

las obligadas idas a la Misa de Gallo junto

con todas las mujeres de la familia,

los hombres mayores se quedaban en la casa

tomando vino y conversando.

Él y sus hermanos pedían quedarse con ellos pero madre,

abuelas y tías los tomaban de la mano

llevándolos aunque fuera a los tirones.

Era un sacrificio para sus movedizas piernas

la postura que requería la inmovilidad del rezo.

En ésa época ellos sólo entendían de golosinas y risas.

Su mente estaba ocupada durante toda la ceremonia

en la misma y fija idea,

el regreso a la casa,

el festejo, el sabor de los turrones y garrapiñadas,

la alegría de la fiesta.

Una lágrima se deslizó por su barbuda

y quebrada mejilla, luego otra,

sus ojos se nublaron primero con una suave llovizna

para dar paso a un torrente de doloroso

y a la vez agradecido llanto.

Nunca imaginó que volvería a esa puerta y a ese timbre,

supuso que ése era su regalo de Navidad.

Se sentó en la escalinata mirando la noche.

En ese momento escuchó una vocecita a sus espaldas

preguntando quien había llamado.

Era la voz de una niña.

Lentamente se enderezó y la miró.

La niña observaba atenta la oscuridad,

no entendía quien podría haber tocado la puerta,

no había nadie. Solo un viento frío que la estremeció,

rápidamente cerró y corrió al interior.

El hombre se alejó caminando

despacio por la noche hacia el cielo,

ya era su hora.

Un coro de ángeles lo precedía.

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