09 abril 2008

Poema de Manuel Moya



PERDICES

Como todos los días, el viejo cuelga sobre el muro
la jaula de perdices y nada le importa
que desde hace cuatro años, cuando aquellos días
de helada que lo quemaron todo, murieran sus perdices,
porque él las sigue escuchando y no admite que nadie le conteste.
El día para él transcurre de esa forma,
es decir, al lado de la jaula, trajinando sobre las varetas de ciruelo
que en sus manos diestras más bien parecen juncia, hilos de seda.
Nada inmuta al viejo que sigue obnubilado el trajín de sus perdices,
que se pasan el día refiriendo historias de esas remotas islas
que vuelan en la noche.
A veces llegan mercaderes que se llevan as ásperas harinas del molino y los frutos de las huertas
y, con un poco de suerte, las cestas de mi amigo
que él mismo cuelga bajo el clavo donde pende
todavía la jaula perdicera.
Él de eso vive. De eso y de escuchar
durante horas sus perdices, temiendo que llegue la noche
y al descolgar la jaula, con desolación descubra
que han volado.

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