12 febrero 2009

Antonio Orihuela, Memoria del Cambio


MEMORIA DEL CAMBIO




La choza que nos dibujaste aquella tarde,


con su hombre primitivo y todo,



la excavé yo treinta años más tarde.




No creo que nadie soñara entonces con corbatas


o morir joven sobre la primera moto que nos prometían


si llegábamos a bachillerato.




Estábamos pendientes del verano


y el humo del primer amor


y su sabor a tabaco.




Oíamos las proezas de los otros,


ávidos de que fueran ciertas,


y mientras llegaba nuestra hora


nos entrenábamos


con la única literatura que apreciábamos,


revistas pornográficas


con accesorios comentarios de texto


que ninguno nos tomábamos la molestia de leer.




Moría Franco


y nosotros, afortunadamente, no teníamos ni puta idea de política,


no tuvimos que correr delante de los grises


para justificar después


habernos convertido en pequeños fascistas,


porque, al fin y al cabo,


sólo de pequeño fascista se puede seguir soñando


con pagar los plazos de una segunda vivienda.




Nuestras traiciones, también afortunadamente,


no tendrían como escenario ninguna idea por la que vivir,


sino algún cuerpo en el que morir


de gusto,


o abrazados, bailando


je t’aime, moi non plus...


y ellas, que no sabían francés, ofrecían sus bocas


mientras nos mentíamos que aquello era para siempre,


para el fin de semana,


porque el lunes era una fórmula matemática,


y el martes una carrera alrededor del instituto,


y el miércoles una interminable clase de religión,


y el jueves era la monotonía de la química


que precede a las noches brillantes


donde volvíamos a amarnos


ajenos a estados de excepción,


golpes de estado en Suresnes


y al paraíso que los altavoces instalados en los Dyanes


decían que estaban forjando para nosotros.




Nuestra realidad, afortunadamente era otra,


un estado perfecto y fugitivo,


un mundo fantástico que resultó,


a medida que fue desvelando sus misterios,


irreparable.




Como la choza aquella que,


en nuestro primer año de escuela,


nos dibujaste,




la misma que treinta años después excavé


para constatar que también tu dibujo


era mentira.




(De La piel sobre la piel. Ediciones de la Mano Vegetal. Universidad de


Sevilla. 2004)



Foto de Mai Angeles Sánchez

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