18 febrero 2009

Poema de José Gorostiza

Nació el 10 de noviembre de 1901, en San Juan Bautista, actualmente Villahermosa (Tabasco). Este poeta mexicano perteneció al grupo de los Contemporáneos, junto con otros destacados exponentes literarios. Nombres como Xavier Villaurrutia , Carlos Pellicer, Gilberto Owen y Jaime Torres Bodet, se ubican en esta corriente, en búsqueda de lograr una poesía con rasgos de universalidad.

Era un hombre sereno y reflexivo, con una búsqueda continua de su esencia y de lo trascendente. Su obra es profundamente espiritual, caracterizada por el simbolismo y la exaltación de la belleza formal.

Tuvo la influencia de escritores franceses e ingleses. Fue crítico literario y de las artes plásticas, dedicándole además, mucho tiempo de su vida al servicio público. Trabajó en el Servicio Exterior, a partir de 1927, representando a la diplomacia mexicana en Londres, Copenhague y Roma. Ingresó como numerario en la Academia el 22 de marzo de 1955.

Sus creaciones se reducen a dos libros: “Canciones para cantar en las barcas” (1925), que contienen poemas sencillos en apariencia, pero plenos de significación. Poemas líricos, populares que cuidan la métrica decimal, para ahondar en el alma.

Su otro libro: “Muerte sin fin” (1939), expresa en versos más complejos, una búsqueda metafísica de su yo interior y del sentido del universo y de la muerte. Es un poema crítico y dialéctico, rico en técnica y contenido, que explora temas como la vida, la belleza, Dios, el hombre y el conocimiento de la muerte.

Falleció en México, D.F., el 16 de marzo de 1973.





¡Agua, no huyas de la sed, detente!...


¡Agua, no huyas de la sed, detente!
Detente, oh claro insomnio, en la llanura
de este sueño sin párpados que apura
el idioma febril de la corriente.
No el tierno simulacro que te miente,
entre rumores, viva; no madura,
ama la sed esa tensión de hondura
con que saltó tu flecha de la fuente.
Detén, agua, tu prisa, porque en tanto
te ciegue el ojo y te estrangule el canto,
dictar debieras a la muerte zonas;
que por tu propia muerte concebida,
sólo me das la piel endurecida
¡oh movimiento, sierpe! que abandonas.

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