Oporto, 1953, ha publicado, entre otros libros de poesía, As Passagens Secretas, (1982); Maçã, (1986); Kefiah, (1988); O Sossego da Luz, (1989); Desenho de Luzes As Tentações, (1999); y A Noite Ismaelita, (2000).El poema que publicamos fue traducido por Ángeles Dálua. (1997);
Raras veces me franquearon la puerta
y me dejaron entrar. La fiebre
me asedia el alma y quien me ve
se asusta del aspecto de mi rostro,
esta barba por hacer donde un ruiseñor
se esconde. Y aún más asusta
mi altura, este lugar de vértigo
y palabras poderosas, la presencia
de ilimitados secretos que nadie quiere conocer,
el estremecimiento que corre por mis hombros.
Aunque nada pida, saben que soy un pidiente.
Y cuando entro en las casas mis gestos
atraen alguna cosa enigmática
que contorna el pavor y lo entrega
por no saberse que especie de vida o de muerte
me acompaña. Obviamente, yo bendigo
a quien me deja entrar, doy a entender
que alguna cosa brilla en mis manos
y puedo matar el hambre con una o otra palabra
próxima del amor, un dedo en los cabellos
de quien me recibe. Subí las escaleras de esta casa
en silencio y en silencio acepté que me aguardasen
con las inefables sombras que veo en los otros
e intento descifrar para mi contentamiento.
Me mandaron sentar y me dieron de beber.
Ese alcohol me reconfortó el alma.
Y mi gratitud se expresa de este modo, limpio
y nítido, observando a la mujer en ese infinito
de las cosas, donde todos los misterios avanzan
para una explicación que en cualquier momento
puede irrumpir del espíritu como una explosión.
Te miro a los ojos y recibo las dos monedas
que me ofreces, tu rostro me es familiar
si regreso a la infancia y súbitamente percibo
que también pertenecí al ejercicio de este árbol
que en esta sala se levanta. Enfrente,
en la fotografía que mi mirada alcanza
porque me alcanza la mirada que de ella se desprende,
se inscribe el enigma que aquí me hizo llegar,
más que un rumor o un hilo ténue
con el nombre de todas las cosas inesperadas
que me acontecieron en la vida, siempre
que me franquearon la puerta y me dejaron entrar.
Ahora, con la memoria de haber estado en tu casa
y haber recibido la gracia de alguna atención,
yo, que soy pidiente aunque nada pida,
te entrego este surco de desorden
sobre la página en blanco y te agradezco
con el conocimiento de algún otro mundo
aún mas inexplicable.
No habiendo despedida, has de saber que permanezco
y en la encrucijada de los dolores que me cupiera vivir
no olvidaré tu nombre el día en que también haya partido
y ninguna otra luz habrá más allá de aquella
que ilumina tu rostro en la soledad de la noche.
Los ángeles me esperan. No me es posible demorar.
Que me sea el alba tu tolerancia.
Publicado en la Revista Arquitrade
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