09 junio 2009

Sonia Tiranti. Que los pájaros no se pierdan detrás del mar.


I
Llueve. En el antes, en la memoria del tiempo, queda escondida.

Ensucia los pasos; sus pasos.
Surce los labios del viento, para no escuchar.
Se baña en barro.
Cubre su cuerpo de ojos extraños.

Antes, en la memoria del tiempo, queda escondida.
Llueve.
Cuelga las alas en un perchero. En un rincón,

se desprende lentamente el vestido.
Desnuda. Recuesta su cuerpo y su rostro sobre esos ojos,
los que oyen. El viento la eleva, la hace suya.
Desapareciéndola.
Sobre el cuerpo callado transcurren sin prisa los silencios blancos.

Sobre el rostro bañado, los sueños.
Derretidos de nostalgias, los párpados.
En el vientre, los dedos de plumas.

En el labio, prendido, Silencio observa.
( recuerdo a menudo el acto sabroso de masticarme los labios,
cuando el rumor del agua anunciaba l
a llegada de un cierto olor a ropa limpia.
Ese deleite agazapado pronto a lastimarme
Era el sol que llegaba, me tapaba los ojos,

el rostro, para no morir.
Me ahogaba tanta agua bendecida.
(mi padre, mirándome sereno).
Yo.
Animalito acorralado, no creía en el destino, hasta un día.
Un día todo cambió de signo,
el sol inundó otros rostros,
el agua traía espuma sucia.
Mi padre cambió de mirada.
Yo.
Miré de frente,l
os espejos reflejaban mi propia imagen.
A pesar de los intentos, empecé a comer hojas de helechos,
amargas, muchos más que los pétalos de jazmines
Pero estaba siempre,
debajo de la piel áspera.
Cierro los ojos y te veo, caminando.

Veo como los animalitos que te habitan
se escapan para no llorarme.
Siento la sed de los vientos cuando

el recuerdo se aferra con desespero a mi piel,
frío de los recuerdos andantes. )

Si tus dedos andantes se aquietaran
sobre los muros que ha creado mi soledad,
su contacto produciría vértigos.
Las manos aferradas. Nostalgia.

Ladran los perros agitados por la locura de la noche.
Los labios recuerdan que ha llegado

el momento de escapar del sueño,
sombras extrañas cabalgan sobre las olas, l
os pies se me vuelven alas si escucho el latir
de tus ojos resbalando sobre el pelo lleno de jazmines.
Los labios ahora saben que ha llegado el momento de escapar del sueño

(sombras extrañas cabalgan sobre las olas).
Los pies se me vuelven alas si escucho el latir de tus ojos resbalando sobre el pelo lleno de jazmines.
Mi madre los ha plantado sobre mi para

que me salve del amor que vuelve a mí en los momentos en que las lunas
(todas) se reúnen.
Las pequeñas lunas (todas)

resbalan sobre mí.
Sobre mis alas de harapos.
Dicen que recuerdas los momentos congelados en el sudor de los animales,

pero yo que los he mirado de frente,
a lo absoluto de los ojos, y que he respirado su aliento agrio,
ya no me siento segura.
He intentado plantar margaritas,

he intentado plantar jazmines,
he intentado plantar alas,
he intentado plantar coles,,
pero sólo cuando planté jazmines logré arroparme,
ahuyentando el frío que se había pegado a mis huesos.
Con los pies descalzos sobre el pasto frío bebo el rocío,

como las flores que encuentro a mi paso, sobrevuelo
él se queda encerrado en un cofre, a la espera, acechando
Todo se mezcla, mi madre,

los ojos de los animales, los jazmines,
el frío. Yo escucho las voces.
Dicen que aún sientes el sabor de mi piel

cuando de tanto en tanto comes aceitunas
pero yo que las saboreo en las comidas que prepara mi madre,

ya no me siento segura (sólo en esos momentos)
Busco bajo las sábanas,

Tristeza.
Aunque sacuda los recuerdos de mí,
o tome un baño claro,
espumoso
Mamá me acurruca entre sus brazos,
me canta, me duerme.
Se aquieta,
sólo entonces,
mi alma.


Foto de Rosa Cristina Baez

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