03 enero 2010

Girapoema



ÉXODO

Oigo un grito que viene de Menfis
rasgando el aire en los arrabales de Egipto.
No es el grito de las mujeres que dan a luz
ni el grito de los viejos ante las negras alas del sueño.
Es el grito de cólera de las langostas, que vienen reptando
por los barrios de todas las ciudades del mundo.
Huyamos, huyamos
dice el viejo comerciante y el vendedor de anís seco
al sacerdote de negra sotana y manos manchadas de sangre.
La plaga vendrá, subiendo los edificios y azoteas.
No podrán detenerla.
Denuncia, angustia. Denuncia y muerte.
¿Es esto el gran sueño? ¿Intangible ley y eterna agonía?
Yo quiero denunciarlo, ahora y siempre.
Quiero denunciar esa inmensa cáscara vacía e insensible.
Sí. Yo denuncio.
Porque quiero oír la voz de la verdad,
quiero que sueco resuene en el interior de las casas
y en lo más profundo de toda alma
que clama y gime, que siente y suspira.
Lo queremos.
Ahora y siempre. Queremos que los dioses de piedra
derramen lágrimas imposibles
por los millones de seres que agonizan
bajo sus ojos de agua y sus adoradas cúpulas de cristal.
Queremos reírnos de los falsos profetas
que adoran a estatuas de oro, plata y madera.
Porque ¿dónde está el amor, dónde?
¿En los ojos de gratino de ángeles muertos
o en los senos de mármol blanco de Artemisa?
No.
El amor está en las hojas de los árboles
que agitan sus ramas ante la pureza diáfana del musgo.
El amor está en el sacrificio diario de los corderos,
el amor está en el silbido agonizante de las palomas,
el amor es norma y ley divina.
Lo queremos.
Ahora y siempre.
Porque llegará el momento, llegará la hora, sí,
y entonces lo sabréis.
Porque cuando regresemos a los campos de liquen
donde el lobo morará con el cordero
sabremos que la Tierra Prometida será nuestra.
Pero mientras el día de la liberación no llegue
y el astuto Moisés no rompa el cayado de oro del Faraón
huiremos por las esquinas, por las calles y encrucijadas.
Lloraremos por nuestros padres que no verán la luz,
por nuestros hermanos y hermanas que morirán en el desierto.
Sí, entonces, solo entonces
podremos bailar la danza de la muerte
alrededor de la incierta sombra de los ángeles.

Francisco José Blanco – España

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