MEMORIA DEL CAMBIO
La choza que nos dibujaste aquella tarde,con su hombre primitivo y todo,la excavé yo treinta años más tarde.No creo que nadie soñara entonces con corbataso morir joven sobre la primera moto que nos prometíansi llegábamos a bachillerato.Estábamos pendientes del veranoy el humo del primer amory su sabor a tabaco.Oíamos las proezas de los otros,ávidos de que fueran ciertas,y mientras llegaba nuestra horanos entrenábamoscon la única literatura que apreciábamos,revistas pornográficascon accesorios comentarios de textoque ninguno nos tomábamos la molestia de leer.Moría Francoy nosotros, afortunadamente, no teníamos ni puta idea de política,no tuvimos que correr delante de los grisespara justificar despuéshabernos convertido en pequeños fascistas,porque, al fin y al cabo,sólo de pequeño fascista se puede seguir soñandocon pagar los plazos de una segunda vivienda.Nuestras traiciones, también afortunadamente,no tendrían como escenario ninguna idea por la que vivir,sino algún cuerpo en el que morirde gusto,o abrazados, bailandoje t’aime, moi non plus...y ellas, que no sabían francés, ofrecían sus bocasmientras nos mentíamos que aquello era para siempre,para el fin de semana,porque el lunes era una fórmula matemática,y el martes una carrera alrededor del instituto,y el miércoles una interminable clase de religión,y el jueves era la monotonía de la químicaque precede a las noches brillantesdonde volvíamos a amarnosajenos a estados de excepción,golpes de estado en Suresnesy al paraíso que los altavoces instalados en los Dyanesdecían que estaban forjando para nosotros.Nuestra realidad, afortunadamente era otra,un estado perfecto y fugitivo,un mundo fantástico que resultó,a medida que fue desvelando sus misterios,irreparable.Como la choza aquella que,en nuestro primer año de escuela,nos dibujaste,la misma que treinta años después excavépara constatar que también tu dibujoera mentira.
De La piel sobre la piel. Ediciones de la Mano Vegetal.
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