01 abril 2010

Margaret Atwood,


Fue uno de esos hombres

incapaces de matar a una mosca...

Muchas moscas viven ahora

y él no.

No fue patrón mío, prefería

los graneros repletos; yo, la batalla.

Presagiaban matanza mis rugidos.

Y sin embargo ahora estamos juntos,

en el mismo museo.

Tampoco veo los grupos caprichosos

de niños admirados

que aprenden la lección del olvido

multicultural, sic transit

y etcétera.

Veo el templo donde nacío

me levantaron, donde fui poderosa,

y más allá el desierto, con sus tumbas

calientes en forma de cono, a decir verdad

y a la distancia, muy semejantes

a orejas de burro,

donde se ocultan mis bromas: piel y huesos

resecos, las barcas de madera

donde los muertos navegan

sin rumbo por toda la eternidad.

¿Qué esperábais oír de dioses

con cabeza de animal?

Y sin embargo, si bien se piensa,

los que inventaron luego, completamente humanos,

tampoco se lucieron.

"Ayúdame, hazme rico

destruye a mi enemigo"

parece ser la pauta en general.

Y también : "Sálvame de la muerte",

a cambio de vuestras ofrendas de sangre

y pan, oraciones y flores,

mucha palabrería.

Tal vez se me escape algo, pero si buscáis

amor altruista, os habéis equivocado de diosa...

Me quedo donde estoy,

hecha de piedra e ilusiones,

que la deidad que mata por placer,

también sane;

que en la última pesadilla aparezca

una leona buena con vendas en la boca

y cuerpo suave de mujer,

y que os limpie la fiebre a lametazos,

que os levante el alma con dulzura, por el cuello,

y os abrace hasta la oscuridad, el paraíso.

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