27 abril 2010

Mario Benedetti.


TODAS SON MIAS.

Yo soy un ganapán de las ciudades. Con sus glorias y sus congojas, las calles me reciben sin ninguna exigencia. Me ofrecen sus esquinas, sus ventanas, sus puertas. Piso las baldosas y los adoquines y reconozco un aire de familia. Recuerdo que bajo la ducha de un noveno piso de un hotel de Copenhague distinguí los tejados y los faroles y una plaza que me recordó otra de Helsinki. Todas son mías. Está la calle de Milán que me transportó a Buenos Aires, digamos a Rivadavia y Tañcahuano. Todas son mías.A veces repaso el campo pero de lejos, y echo de menos las torres, los templos, las estatuas. Entonces me doy vuelta y la ciudad me recibe como a uno de los suyos. No importa si es Praga o Amsterdam o Barcelona. Todas son mías. Camino despacito, reconociendo lo desconocido y juego con los rostros, que por supuesto son ciudadanos. El intercambio es recíproco y yo recibo y doy.Estas paredes no son las mismas que las de allá, pero las toco como si lo fueran. Hay una evocación alucinada de algo que me pertenece y sin embargo no es mío. Calles y más calles. Esto es ciudad, y punto. Avenidas y arterias que vienen del pasado y quién sabe hasta dónde llegarán. Distritos y parroquias, suburbios o arrabales, las ciudades intercambian su norte y hasta esconden el sur.A ésta le presto un color de aquélla y me fabrico un éxtasis primario, tan sencillo como el que hace décadas nació en mi esquina. Fui niño capitalino, comunal, y ahora, gracias al mar y al viento, al vino y a la suerte, soy apenas un viejo, claro que más sonante que contante, pero eso sí, siempre de ciudad
De Vivir adrede).

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