30 mayo 2010

Sin dejar señales



Desde la ventana de nuestro blog, queremos compartir con todos nuestros amigos este cuarto libro" Sin dejar señales " de la colección “Poesía en la distancia “, así iremos abriendo, poco a poco, las páginas del mismo.


Prólogo


VERSOS QUE SON BESOS

No sé con certeza / el tiempo transcurrido en / ese ángulo sombrío / de la soledad / Podría
decirse que fueron / veinte lunas …
Carmen Miñón

“Sin dejar señales” es el cuarto poemario de una aventura denominada “poesía en la distancia” en la que, durante unos meses, poetas despojados de identidad comparten escritura. El resultado es siempre un díptico: en la primera parte los poetas escriben a dúo hasta encontrarse en un poema coral que da paso a la segunda parte donde, además de la voz, se desvelan los nombres, procedencia y dedicación de quienes hasta entonces han sido sólo palabras anónimas.
Gracias a los promotores de este magnífico proyecto, Pedro Javier Martín Pedrós y Lupe García Araya, he podido vivir la experiencia desde dentro (participé en “Abrazos de náufrago”) y desde fuera (desde el umbral de este libro). Por eso puedo fácilmente imaginar el grado de excitación y el vértigo de los 16 poetas reunidos aquí:
¿Quién se oculta tras los versos que, a modo de señales de humo, de tamtan o de irrintzi, un día llegan a tu ordenador? ¿Desde dónde están escritos esos versos? ¿Cómo será quien los escribe? ¿Qué lecturas serán las suyas? ¿Nos habremos encontrado en algún libro?...
El proceso de escritura se inicia así, con la incertidumbre que produce carecer de “señales” del otro hasta que, a pesar de las distancias, comprobamos que esa palabra náufraga que nos reclama es, probablemente, su huella más profunda. Sin duda esta es la magia de la poesía, ya que lo que en principio se interpreta como fisura, como acantilado, acaba transformándose en la línea de un horizonte en la que los poetas coinciden, igual que han coincidido sus palabras entre las piedras del camino, a ambos lados del silencio, en todos los abismos, en la butaca 52 de un cine o en la página 75 de un libro. Palabras y poetas que se han reconocido en el repicar de las campanas, en el portal de un edificio, en las miradas que no volverán a cruzarse, en las mañanas de frío, en un cuadro, en la quietud de la tarde, en las carreteras, en los tulipanes, en la nieve, en la tinta, en un epitafio o en cualquier otro lugar porque todos y todas saben que, ahora ya, no importa que te pique un escorpión.
Una vez más la poesía es el lugar desde el que abrir puertas y tender puentes para que a ambos lados de un Océano las palabras surgidas de la necesidad, como decía Rilke, se encuentren. Unas palabras que, si bien se ofrecen intencionadamente “sin señales”, son la marca más valiosa de nuestra identidad, pues son ellas las que tejen redes invisibles, latidos y pulsos que, a modo de espejo, nos devuelven la imagen del otro que somos. Y aunque el poema se haga y se deshaga en ese ir y venir de versos, corrija su itinerario primero o modifique sus impulsos, es un todo donde los límites entre tú y yo se desvanecen en un nosotros por el que se deslizan los temas de siempre bañados por la lluvia, al amparo de unos ojos-alma, ojos-abismo, y acariciados por “dedos que despiertan sin dejar señales” para que esos temas suenen distintos aquí.
Además, como “el azar tiene reglas que juegan a romperse”, el poema final se erige en síntesis y el viento ejerce de timonel para que los versos sean, por fin, besos: fusión, reconocimiento mutuo. Por eso, “dejemos que los besos cierren el poema”; dejemos que la poesía siga su andadura hoy que, como Ajmátova, “oigo en los caminos del aire / dos voces que dialogan”. Dejemos que los poetas descubran a quienes, por un tiempo, han sido su alter ego.
Ángela Serna
Calipso, noviembre 2009



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