
Antonio Perejil Delay nace en 1954, un nervense entregado a la tarea autodidacta de investigar las raíces de su pueblo y comarca. Desde niño descubre las entrañas cobrizas de su tierra y el duro trabajo de la mina que, con los años, ha intentado recoger en sus escritos.
Su vocación literaria se plasma muy pronto en la poesía. Fruto de la misma, y con el apoyo de otros compañeros comprometidos, funda la revista "Octava Galería", de la que salieron trece números entre 1977 y 1979.
A la vez, sus inquietudes históricas se incrementan, combinando las dotes poéticas con agridulces crónicas de las minas onubenses. Su labor investigadora se vio reflejada en la publicación de dos pequeños libros que pueden ser la antesala de nuevos ensayos de mayor profundidad, "Ferrocarriles mineros de la provincia de Huelva" y "Catálogo de poblaciones mineras fallecidas en la provincia de Huelva", que se editan en 1995 con el apoyo de la Asociación de Amigos del Ferrocarril "Cuenca Minera de Riotinto".
Tiene otros trabajos inéditos relacionados con la minería, como "Peña de Hierro, una página olvidada de la minería onubense", "El Ferrocarril de Aznalcóllar" siendo en esta página web la primera vez que sale a la luz y del que le estamos profundamente agradecidos, "Romancero del Río Tinto", "Crónicas de soledad desde un pueblo desparecido" y "Ensayo de Historia para un pueblo muerto".
En aras de una mayor divulgación de estos temas, ha colaborado, con la firma de algunos artículos, en la revista "Nervae" y en diarios provinciales y nacionales.
Además de escribir, desde 1979 hasta el cierre de la mina de Aznalcóllar hace poco, ha trabajado en ella, pasando a residir en el pueblo que le acogió, Gerena, y del que siempre intenta participar de lleno en el panorama social y cultural de la Cuenca Minera de Riotinto.
PADRE NUESTRO… ¿DE LOS POBRES?
Padre nuestro
que estás todavía crucificado
en las páginas amarillentas
de los catecismos viejos,
en las tapaderas de los ataúdes,
en las piedras feudales de los monasterios,
en los púlpitos de todas las iglesias
y en la oscura soledad de los conventos:
Abandona esa pesada cruz
en la que te clavaron los primeros fariseos.
Huye de la Ciudad del Vaticano,
donde los papas y los cardenales necios
amasan el pan del cristianismo
con el sudor, con la sangre y con los huesos
de esos seres infinitamente tristes
que no tienen donde caerse muertos.
Alza tu voz entre la multitud
y rompe las cadenas de hierro
que te atan a la noria de la religión pagana
desde el origen remoto de los tiempos.
Padre nuestro
que vives en las casas de los ricos
y bendices la flor inmaculada del dinero:
Acércate algún día hasta el corazón de África…
el continente infeliz, de rostro negro,
donde todos los hombres llevan una cruz
de muerte y de olvido sobre el pecho.
Y si nos dejas morir de inanición
porque no haya más trigo en los graneros,
aliméntanos (si esa es tu voluntad)
con los panes y los peces de tus evangelios.
Líbranos, Señor, de los tiranos
que nos tratan lo mismo que a los perros
y nos obligan a huir a otras ciudades
a golpes de puñal y armas de fuego.
Líbranos también de esos políticos
con nombres y apellidos extranjeros
que sembraron un día la flor del odio
en las tierras más fértiles de nuestros pueblos…
Pero no nos condenes a perpetuidad
a la lenta agonía del fuego eterno,
después de haber sufrido como tú
la humillación, el escarnio y el desprecio.
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