23 junio 2010

Pablo Mora

Para qué la poesía
Pablo Mora
moraleja@telcel.net.veProfesor Titular, Jubilado, UNETSan Cristóbal, Táchira, Venezuela




Para mantener abierta la palabra
Para reinar sobre la muerte
Para revivir cada día
Para sentir junto con lo
s otros
Para sacar la flor de las cenizas
Para vigilar mientras todos duermen
Para que le sirvan
Para apuntalar el sueño
Para servirse
Para alimento espiritual
Para unir lo posible con lo imposible
Para salvar del diario morir
Para hacer más vivo el vivir
Para la Poesía y la Verdad
Para la vida
Para transformar la vida
Para limpiar cuando el poder corrompe
Para cambiar la vida
Para alentar todas las otras formas
Para la fidelidad al relámpago
Para la memoria de los pueblos
Para la salvación del hombre
Para el asombro antiguo
Para un no sé qué
Para descubrir los secretos del mundo
Para llevar el infinito a cuestas
Para salir a la percepción de la mirada
Para alumbrar la maravilla
Para todos y por todos
Para despertar a latigazos el silencio
Para defender el milagro de la vida
Para amar a los otros


Para la fidelidad al relámpago
“La poesía tiene como objeto inmediato, básico, producir una fractura y ésta consiste en quebrar la escala consuetudinaria, la escala repetitiva, empequeñecida de lo real. La poesía es un modo de vida o es nada: si es un modo del lenguaje, de la expresión, es por tanto un modo del ser, no del hacer. Cada poema tiene algo de relámpago. Yo no diría que el poema "es" un relámpago, sino que hay en él un relámpago. Evidentemente, la poesía, como forma de experiencia, es para mí la mayor intensidad posible.
El poema responde a un estado de disponibilidad, es decir, de ser capaz de abrirse, de recibir o de crear en un momento dado, mediante una imagen insólita, inesperada, no repetida. ¿Qué favorece un estado de disponibilidad? Varias cosas, sobre todo un elemento que la mayor parte de la gente ha olvidado, ha desterrado de sus vidas: la capacidad de detenerse. La poesía (como afirmaba Rilke) es experiencia. Creo además que es visión del mundo. La poesía siempre es decir de otra manera. Este "decir de otra manera" es para mí la mayor posibilidad que tiene el hombre. ¿En qué consiste el símbolo? Simplemente, en la posibilidad de decir una cosa mediante otra. La posibilidad de que algo diga otro algo. Esa otredad que radica en las cosas, pero que está en la entraña, en la médula de la poesía.
Incluso algunos poetas no entienden que la poesía es una fuerza que se impone, inevitablemente, en quien la crea. El poema no se "produce", no es un objeto de consumo. El poema se crea. Sí es una creación porque toma lo que hay y de ello hace algo que no hay. Esa es la más alta dimensión del hombre, que todos llevamos escondida en alguna parte.
En uno de los inolvidables poemas de Las flores del mal, Baudelaire dice que el mundo es como un bosque de símbolos: hay voces que llaman y voces que responden, entrecruzándose. Aquí se podría aplicar tal mirada: un poema mueve a otro.
Todo poema viene a insertarse en un mundo de poesía, arrastra consigo ese mundo. ¿Cómo no ver esa interrelación? Y sin embargo, paradójicamente, el poema es también autónomo: hay que verlo en su propia ley interior, al mismo tiempo que es preciso verlo en toda la poesía. Es la visión de Mallarmé: escribir un solo libro entre todos. Escribimos un solo poema. Lo que entonces surge es de todos y de nadie en particular. Es el hecho poético...” (De La fidelidad al relámpago. Una conversación con Roberto Juarroz).






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