29 agosto 2010

Ángel González



A mano amada


A mano amada,

cuando la noche impone su costumbre de insomnio

y convierte

cada minuto en el aniversario

de todos los sucesos de una vida;

allí,

en la esquina más negra del desamparo, donde

el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,

otros

apoyan en mi espalda

el alma blanca de un lejano sueño,

y con voz inaudible,

con implacables labios silenciosos,

¡el olvido o la vida!,

me reclaman.

Reconozco los rostros.

No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver

y siento

que me apuñalan fría,

justamente,

con ese hierro viejo:

la memoria.


Imágen de Olhares

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