27 octubre 2010

Yevgeny Yevtushenko


Me gustaría

nacer en todos los países,

tener un pasaporte

para todos

que provoque el pánico de las cancillerías;

ser cada pez

en cada océano

y cada perro

en las calles del mundo.

No quiero arrodillarme

ante ídolo alguno

ni hacer el papel

de un ruso ortodoxo hippie,

pero me gustaría

hundirme

en lo más hondo del Lago Baikal

y salir resoplando

en otras aguas,

¿por qué no en las del Mississippi?

En mi maldito universo amado

me gustaría

ser una hierba humilde,

nunca un Narciso delicado

que se besa

en el espejo.

Me gustaría ser

cualquiera de las criaturas de Dios,

incluso la última hiena sarnosa,

pero nunca un tirano,

ni siquiera el gato de un tirano.
Me gustaría

reencarnar como hombre

en cualquier imagen:

víctima de una cárcel de tortura,

un niño vagabundo en los tugurios de Hong Kong ,

un esqueleto viviente en Bangladesh,

un pordiosero sagrado en el Tíbet,

un negro de Ciudad del Cabo,

pero nunca encarnar

la imagen de Rambo.

Sólo odio a los hipócritas,

hienas sazonadas en espesa melaza.

Me gustaría tenderme

bajo el bisturí de todos los cirujanos del mundo,

ser un tullido, un ciego,

sufrir todo mal, toda deformidad y herida,

ser un mutilado de guerra,

o el que recoge las colillas del suelo,

con tal de que no las penetre

el infame microbio de la prepotencia.

No quisiera formar parte de la élite,

ni, por supuesto,

del rebaño de cobardes,

ni perro de manada,

ni pastor servil al abrigo de su rebaño.

Y quisiera ser feliz,

pero no a costa de los infelices.

Y quisiera ser libre,

pero no a costa de los que no lo son.

Quisiera amar

a todas las mujeres del mundo,

y ser también una mujer

sólo una vez. ..

La madre naturaleza ha menospreciado al hombre.

¿Por qué no lo hizo capaz de ser madre?

Si se agitara un niño

bajo su corazón,

acaso el hombre

sería menos cruel.

Quisiera ser el pan de cada día,

digamos,

ser la taza de arroz

de la sufriente madre vietnamita,

el vino barato

en las tabernas de los obreros napolitanos,

o el tubito de queso

en la órbita lunar.

Que me coman

que me beban,

dejadme ser útil

en la muerte.

Quisiera pertenecer a todas las edades,

atolondrar la historia

y atontarla con mis travesuras.

Quisiera llevarle a Nefertiti

en una troika á Pushkin.

Quisiera multiplicar

cien veces el espacio de un instante

para que al mismo tiempo

pueda beber vodka con los pescadores siberianos,

y junto a Homero,

Dante,

Shakespeare

y Tolstoi

sentarme a beber cualquier cosa,

salvo, por supuesto,

Coca-Cola.

Y bailar al ritmo de los tam-tam en el Congo,

estar en huelga en Renault,

jugar a la pelota con los muchachos brasileños

en la playa de Copacabana.

Quisiera hablar todas las lenguas,

como las aguas ocultas bajo la tierra,

y hacer todo tipo de trabajo de una vez.

Me aseguraría

de que sólo fue poeta un Yevtushenko,

el otro un clandestino

en alguna parte,

no puedo decir dónde

por razones de seguridad.

El tercero, un estudiante en Berkeley,

y el cuarto un entusiasta huaso chileno.

El quinto sería tal vez

un maestro de niños esquimales en Alaska,

el sexto

un joven presidente

en cualquier parte, modestamente digamos Sierra Leona,

el séptimo

podría entretenerse en la cuna con un sonajero,

y el décimo,

el centésimo,

el millonésimo…

Para mí, ser yo mismo no es bastante,

¡dejadme ser todo el mundo!

Estaré en miles de ejemplares hasta mi último día

para que la tierra vibre conmigo

y las computadoras enloquezcan

procesando mi censo universal.

Quisiera combatir en todas tus barricadas,

humanidad,

y morir cada noche

como una luna exhausta,

y amanecer cada día

como sol recién nacido

con una suave mancha inmortal

en la cabeza.Y cuando muera,

un Francois Villon siberiano,

que no descanse mi cuerpo

ni en la tierra francesa,

ni italiana,

sino en la tierra rusa,

amarga,

en una colina verde,

donde por vez primera

me sentí todo el mundo.
*Poema escrito originalmente en español

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