18 marzo 2011

Benjamín Prado


BENJAMÍN PRADO
Poeta, ensayista, y novelista español nacido en Madrid en 1961.
Además de brillar con luz propia en el panorama literario español, su obra tiene una importante resonancia
internacional. Ha sido traducido a múltiples lenguas especialmente en el campo de la novela y del ensayo.
Es un excelente biógrafo de escritoras y poetas contemporáneas tales como Teresa Klivesen y Anna Ajmátova
y autor de los ensayos Siete maneras de decir manzana 2000, Los nombres de Antígona Aguilar 2001
"Premio de Ensayo y Humanidades José Ortega y Gasset" 2002, del tomo autobiográfico A la sombra del ángel
(trece años con Alberti, Aguilar, 2002, y de retratos de autores como Osip Mandelstam, Ingeborg Bachmann
y Bob Dylan.
Su obra poética está reunida en los volúmenes Ecuador poesía 1986-2001, Iceberg publicado en 2002
y Marea humana 2006. ©

Conversación en la isla







-Escribir un poema es intentar desatarse,


adivinar en qué mano está la moneda


-dije yo-. Tú mirabas


el sol igual que un fuego encima de la isla


y yo dije: -La poesía empieza


cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba


pero aún tienes miedo.


Yo veía


las torres blancas. Tú dijiste: -Es raro,


nos gustaría huir


pero nadie nos sigue.






Junto al agua,


partiendo nuestras vidas,


cortándonos las manos al coger los cristales,


tú dijiste: -La poesía es todo


lo que hay entre un disparo y el animal herido.


Parecías


tan lejos, tan a salvo


de ti y de mí;


distinta igual que siempre,


rota y vuelta a armar de una manera nueva.






El sol se fue. La noche


se acercaba y yo dije: -¿Recuerdas que jugábamos


a poner nuestros años


al lado de la Historia? Por ejemplo:


aprobaste Latín y Armstrong llegó a la luna...


Y tú dijiste: -El fuego


de los días,


la suma


de las horas,


las letras de "Armstrong llegó a la luna"...


Estábamos tan solos,


tan cansados,


como perros perdidos en medio de la lluvia,


como hombres mirando la noche desde una casa vacía.






Vi las últimas luces de la costa y el cielo


extraño encima de la playa. -A veces


-dije- no hay más que eso


y algún sitio donde ir pero ningún sitio donde quedarte


y palabras que son las piezas del abismo


y recuerdos igual que disparos en una diana.






Luego llegó la luz, el ruido azul


de la mañana,


mientras tú decías:


-Te di mi corazón y quisiste mis sueños,


te di mis sueños pero quisiste mi esperanza.


y yo dije: -Sí, es eso. Eso es todo:


una sola mujer y un millón de maneras de perderla.


Me miraste. Dijiste: -¿Y después? Y yo dije:


-Nada. Después no hay nada.


Después de eso


tenemos que estar juntos para siempre.






Nos quedamos callados,


junto al agua,


mientras la luz rompía el orden de la noche,


mientras el mar se estrellaba contra los nombres de las ciudades.


Mirando el sol sobre las torres blancas.


Cada uno observando su corazón moverse


lo mismo que un pez rojo en la oscuridad de un río.






La sombra de las torres se parecía a mi vida.






Cada uno protegido por su propio dolor,


como ángeles mirando una tormenta desde el fondo del cielo.









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