15 junio 2011

Juan Disante,

Hay que suponer


Supongamos que usted una mañana se despierte,


se siente en el borde de la cama,


se mire el cuerpo,


se estire como un gato

y apretándose el riñón con su índice

diga bueeéh...!


Supongamos que una mañana usted se despierte...


poeta.


Supongamos.


Que deposite una gota de esternón


sublingual,


confine el regreso de un deseo


y frente al ingreso ventanal del sol


se hamaque.


Que levante las cuatro sotas que dejó tiradas anoche,


le recorte los tacones


y al periódico del día lo salpique


con matecocido y porfía.


Que le den ganas de dibujar bocas y zapatillas,


dejar escapar todos los adjetivos por las mirillas,


perseguir en paños menores a la metáfora menor


por toda la casa.


Supongamos que de repente se le aparezca la letra jota


¡minúscula!


y aquella vieja historia de la música


secrete.


Que los sedimentos sedimenten,


los nutrientes refrigeren,


los amores platonicen,


los perdedores ironicen.


Digamos... que a usted no le interese más otra cosa


que la semilla,


el desentono,


quebrar el semen.


Querrá fatigar el suburbio


si devino poesía,


resoplar su potrillo,


destemplar.


Vamos a suponer que sale a la calle en puntas de pié,


que salude cortesmente a una señora con sombrero.


"Buon giorno"


y en vez de una flor le obsequie un soliloquio.


Por un momento, supongamos


que al doblar la esquina del buzón


vienen a su encuentro Alejandra Pizarnik del brazo de


Julio Cortázar,


lo besen como a un viejo cómplice


y se vayan los tres abrazados hasta la última mesa


de un bodegón malhablado


a describir, muertos de risa,


el rechinar de los pecados


que pasan


en fila india... uno a uno...


sin desmudarse.


Piénselo.


Una mañana desatinada


usted debería suponer.

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