En ocasiones, me avergüenzo de mis lágrimas,
también de los surcos que dejan,
porque me delatan y se
manifiesta
el niño que escondo en mis adentros.
Existen ciudades con nombres
y apellidos de dolor,
sabor a sangre
y sufrimiento.
Me duelen hoy, ahora, los
niños de las guerras,
de las malditas y repugnantes
guerras.
Los niños de miradas
limpias y ojos penetrantes,
de angustias y ruinas,
con los corazones encallecidos,
sentimientos enlatados,
pisoteados,
maltratados,
quemados,
puteados,
puteados,
puteados.
A veces, quisiera esconderme
en el lobo feroz que se come
a la «caperucita roja de todos los cuentos».
Deseo que se llenen todas
las plazas del mundo de
juegos infantiles
y
globos con sabor a fresa.
1 comentario:
Me uno a tu deseo, Javier.
Por cada niño que lo pasa realmente mal, deberíamos como poco, hacer algo productivo, en el "planeta del bienestar". Aududarnos mutuamente, ofrecer nuestro servicio de un modo altruista, y que eso se convierta en un sencillo y rutinario modo de vida, para que el verdadero bienestar avance a toda vela hacia los niños de nuestro dolor.
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