AZARES
A veces, el destino se limita a escupirme así, a la cara.
No recibo postales con preaviso que digan: Mujer, levántate y anda. Mujer, levántate y huye. Mujer, presiónate la cabeza con fuerza y se la primera en saltar del barco.

Entonces, los Delayed poseen mi mente y yo me siento sobre el juego de maletas, los pies para dentro y una boina francesa cayendo por el precipicio de mi perfil.
Los aviones van llegando de Karachi, mientras yo compro una colonia para ladies, So Miracle!, y me agarro a su título como las borracheras al tatuaje del marinero.
Mi vuelo ya ha salido. La azafata debe estar repartiendo los maníes mientras mi cabeza pudre el calendario y la voz de niña bien de los altavoces repite algún mantra que sólo entienden los hippies bien rasurados.
Cada enero compro dos agendas. Una se llena de predicciones de sibila, la otra de citas en el ci
El film noir suele hablar mejor que mi vida, así que a 31 de diciembre me reconozco más como el mayordomo del Halcón Maltés, de asesino perdido, que como la señorita aplicada que acudió puntual al alcohol de todos los bares.
Un día de uno de estos años me internarán por ser la chica con sueños con sabor a un vodka insalubre que nunca tomó. Como mis ojeras hablan por mis labios, no me podré desdecir.
En mayo, las gitanas me suelen leer las arrugas de la frente y me auguran el porvenir citando a Henry Miller:
Le espera sexo, París y una calma cochambrosa. ¿Cómo la de un cuadro de Turner? Sí, sólo que con campiña y olivos azules.
Yo me hago las friegas de romero y albahaca, pero el esmalte de las uñas sigue cayéndose y mi dedo más pequeño se afirma en su enanismo.
Mi amante me hace volar sobre la Rue de Rivoli y los abanicos se dibujan contrahechos, pasivos, mientras repaso el rosario en Saint Sulpice. Todo se cumple, excepto la protagonista del cuento: mi sombra, engrandecida por las gabardinas de esta ciudad, Il en reste assez pour moi.
Acudo a los oráculos desmayada por el calor. Sólo el viento de la madrugada les permite auscultar mis venas y desdibujarlas.
Niña, son demasiado azules, predican flores de romero y abstinencia en el placer.
Yo me trabuco al hablarles y rogarles que no me priven de la mala manzana, la liga de Intimissimi y el bocado educado en el cuello ajeno.
Delfos sabe de lo que llaga el dolor, de lo que grita una mujer antes de haber parido un monstruo, siempre poético.
Siempre me arrepiento de mis gestaciones, pérfidas, abortables, veleidosas, ignorantes.
Prescinden de la madre y cubren al nonato de pelusa de ángel, colores tibios y mantas hechas con mi sangre y mi piel.Cuando nacen, los pérfidos bebés demandan mis pechos mientras la leche nace desnatada, yerma, herida.
A veces, el destino me escupe así, a la cara.
Yo me dejo, por no contradecirle, pero le ruego que baje la voz, para no despertar a mis ángeles guardianes.
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