28 octubre 2011
Yolanda Sáez de tejada.
Levantó las cejas
y apartó la sartén del fuego.
Después,
agotada,
se limpió las manos
con el trapo azul de Portugal.
Antes de abrir la puerta se persignó
—dejando en su frente un rastro de grasa—.
Cariño,
dijo con una voz quebrada,
ven a la cocina
que quiero hablar contigo…
Cariño rugió mientras le gritaba
que su cerveza no estaba fría
y que si entraba en la cocina,
después olería a pescado.
Le voceó a su hijo que no cambiara la televisión y
se levantó,
cargando de ciática la grasa de su culo.
Al llegar a la cocina
vio el reflejo de un demonio que sonreía
y una mancha de ilusión
en las pestañas de su mujer.
Después de decirle
que lo dejaba por otro,
cariño lloró.
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