BIOGRAFÍA
Félix Grande nació en Mérida, España, el 4 de febrero 1937. Vivió su infancia y juventud en Tomelloso (Ciudad Real), donde su abuelo era cabrero. Su padre era guardia de asalto. Félix quiso ser guitarrista flamenco pero decidió dar un giro a su vocación en favor de la poesía, aunque ha llegado a ser un gran flamencólogo.
En 1963 recibió el Premio Adonais por el libro de poesía Las piedras.Está casado con la poeta Francisca Aguirre con la que ha tenido una hija, la también poeta, Guadalupe Grande.
Logró el premio Nacional de Poesía en 1978 por Las rubáiyatas de Horacio Martín, en que se inventa un heterónimo inspirado en el Abel Martín de Antonio Machado y en el Ricardo Reis horaciano de Fernando Pessoa.
Durante los años 1969-71 dirigió la colección de libros El puente literario, de la editorial Edhasa.Trabajó en la revista Cuadernos hispanoamericanos, órgano literario de la Agencia Española de Cooperación Internacional, durante treinta y cinco años.
Su obra evolucionó desde la inspiración machadiana y el compromiso social de Las piedras a una reflexión sobre el lenguaje y el erotismo.
Es miembro de número de la Cátedra de Flamencología y estudios folclóricos.Ha viajado por unos treinta países, entre ellos todos los iberoamericanos, como conferenciante sobre poesía, sobre flamenco y sobre otros temas culturales. En 1988 fue nombrado Hijo Adoptivo de Santiago de Chuco por sus trabajos de estudio y difusión de la poesía de César Vallejo. Ha dirigido cursos sobre flamenco en varias universidades y otras instituciones. En 1997 fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.
Aunque es conocido sobre todo por su obra poética ha cultivado también el ensayo y la narrativa. Fue galardonado en 1965 con el Premio Eugenio d'Ors de novela corta por Las calles. Como ensayista puede señalarse el temprano Apuntes sobre poesía española de posguerra (1970) y su monumental Memoria del flamenco (1979).
Donde fuiste feliz...
Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantando
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.
Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
-el anticipo de las maldiciones.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajeneidad, te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.
No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.
Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su victima
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.
Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño... su dueño... su dueño...


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