18 noviembre 2011

Francisca Aguirre


La alicantina Francisca Aguirre, Premio Nacional de Poesía 2011 por 'Historia de una anatomía'

MADRID/VALENCIA, 17 (EUROPA PRESS)



La poetisa alicantina Francisca Aguirre ha sido galardonada este jueves con el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Poesía por la obra 'Historia de una anatomía'. El premio lo concede el Ministerio de Cultura para distinguir una obra de autor español escrita en cualquiera de las lenguas oficiales del Estado y editada en España durante 2010. Está dotado con 20.000 euros.


Francisca Aguirre (Alicante, 1930), esposa del poeta Félix Grande, ha publicado, entre otros, el poemario 'La otra música', el libro de relatos 'Que planche Rosa Luxemburgo' (Premio Galiana, 1994) y el volumen de recuerdos 'Espejito, espejito'.


Ha sido galardonada con el premio de poesía Leopoldo Panero por su libro 'Ítaca'; el premio Ciudad de Irún por la obra 'Los trescientos escalones'; el premio Esquio por su libro de poemas 'Ensayo General'; el premio María Isabel Fernández Simal por su poemario 'Pavana del desasosiego'; y el premio Valencia de la Institución Alfonso El Magnánimo por su libro de poemas 'Nanas para dormir desperdicios'. Sus obras han sido traducidas al valenciano, inglés, francés, italiano, portugués y árabe.



A Nati y Jorge Riechmann

Hace tiempo
Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.
Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.
Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.
Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.
Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.








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