14 noviembre 2011

José Angel Valente


Ahora, amiga mía...







Ahora, amiga mía


que una flor de papel preside el aire,


que el aire se deshace en dulces pétalos


de jadeante miel en tus rodillas,


ahora que no hablamos del otoño


ya nunca más


para no tropezar con tu mirada,


ahora que te adentras por la vida,


ligera, según dices,


desposeída al fin de prejuicios,


ideas recibidas, tiempo estéril,


incomprensibles normas y principios,


ay -ahora


que la virginidad navega todavía


como un barco vacío por oscuros telares,


por intactos desvanes y sueños sin sentido,


qué hacer en medio de la tarde,


cómo entregarse sin terror de pronto


y cómo confesar que detrás de tu lecho


odiosa la inocencia,


inservibles los claros pensamientos,


traicionan palabras aprendidas


en revistas de moda, tópicos de vanguardia,


digo, tópicos que tan libre te hacen,


aunque no de ti misma,


aunque no de tu vientre inopinado


donde súbito baja,


feroz y sofocante, el duro golpe


del corazón.






Qué tierna insensatez la de estar solos,


la del estremecimiento vergonzoso


ante la voz del hombre


Y el no estar a la altura de las propias palabras


con esfuerzo aprendidas,


pues ahora


bien sencillo sería el acto del amor


sin aquel eco


soez de sumergidas tradiciones


no expurgadas a tiempo,


ahora que la misma indiferencia


de las frases audaces y ante oídas


del loro varonil tan propicia parece,


si la conversación no fuera ya pretexto,


argumento de un miedo mal oculto


a no saber qué hacer en este trance.






Demasiado tarde vuelves


a recaer en frases y agudezas,


mientras escondes el temblor que sube,


absurdamente provinciano y burdo,


de niña de agua dulce,


desusada y antigua, hasta tus labios,


mientras repites al pic-up la misma


canción francesa que nos gusta tanto,


que nos hace sentir más al corriente,


casi no necios ni burgueses tristes.






Qué fácil fuera ahora desnudarse,


dejar caer el velo simplemente


sin el terror oscuro que te ata


a los núbiles senos,


qué fácil fuera acaso si no fuera


por la flor jadeante de papel amarillo


que preside la tarde,


por el desasosiego súbito que oprime


hasta el dolor tu tímida cintura


por la imposible confesión aciaga


de tu añeja inocencia,


por el urbano gesto


de loro aclimatado a otras regiones


con que el varón disfraza su animal procedencia,


por los pasos de alguien que se acerca,


por el timbre que suena


como un ángel guardián ( te ruboriza


sin poder evitarlo el pensamiento )


y la ocasión disuelve, mientras tú más segura


recuperas ingenio y frases hechas,


piensas que, al fin y al cabo, volverá a repetirse,


prefabricada como es, y entonces


no dudarás en entregarte,


entonces-


es decir, sin que llegue


el deseo a pasión ni la pasión a amor


ni el hálito terrible del amor


al abrasado borde de tu cuerpo.













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