31 enero 2012

Juan María Jiménez López



Juan María Jiménez López



Loja, Andalucía-Granada, Spain


Nace en Loja (Granada) en 1956. Estudia Ciencias Empresariales en la Universidad de Granada, y Animación Sociocultural en la UNED. Vinculado al periodismo desde 1991, fue director de Aquí TV, Onda Loja Radio y el periódico El Corto de Loja hasta 2009, siendo en la actualidad subdirector. Comienza a escribir poesía a mediados de los años 70, publicándose en 1979 el libro “Trescientos gramos de poesía”, del que fue coautor con otros tres poetas, con prólogo de Juan de Loxa, quien a su vez dedicó a este poemario uno de los programas radiofónicos de “Poesía 70” (Premio Ondas). Ha ofrecido numerosos recitales poéticos, espectáculos poéticos audiovisuales y publicado en diversas revistas. En 2000 queda finalista del primer Premio Artífice de Poesía, incluyéndose sus poemas en el libro Proemio Uno. En todos estos años se fueron configurando seis libros que no vieron la luz como obra independiente y que se corresponden con los seis apartados que aparecen en el libro “Sin orden y con cierto” que se presentó en 2009 mediante un espectáculo audiovisual y teatral. Prepara una nueva publicación. Participó en el I Premio de Poesía Addison de Witt (2010) y colabora en el blog Videopoetry.

Solía de niño

confundir muchas cosas:
unas de niños y otras no.
Creía, por ejemplo, ser siempre mayor
a la edad con que me trataban y mientras tanto
ellos envejecían y envilecían ante mis ojos como el caracol
de un cuento infinito.
Arreció pronto la barba para mis adentros,
siglos antes que en mis mejillas de ángel y no apreciaban
la solidez del hombre que era. Puede
que ellos y yo
hablásemos lenguajes diferentes o mirásemos
hacia otro lado, cada cual
a su ventura.
Conocí el arte antes que el sexo
y hube de callarlo por años y años. Los demás
acariciaron el pubis de las rosas antes de la primavera,
yo hube de esperar al verano de los primeros verbos. Pero fui feliz
porque conocí a un poeta ebrio
que versificaba con sus manos la divinidad de la tierra
y glorificaba con sus pupilas y su lengua
la rotundidad de la carne y sus contornos.
Quise desde entonces crecer conspirando versos
mientras los otros decapitaban pájaros o mariposas,
y reconocí por primera vez la distancia
entre la vida y la muerte
o el designio de los dedos.
Pero fue suficiente para amar por amar
y sentir por sentir
en las mañanas hirientes de sol y anhelos
y temer por temer
y llorar por llorar
en los días grises de soledad y hastío.
Luego, alguien añadió que era pronto
para desconsiderar lo cierto y abrazar los sueños,
que llegaría el tiempo de las luces con el ocaso
y me negué y renegué de su agorero encargo.
Jamás falté desde ese instante
a la libertad como dogma, como un dios apacible
contiguo y certero
que nunca falta de mi bolsillo.



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