La poesía es un susurro imperceptible,
una confidencia hecha a los muertos, dicha
de memoria con el permiso de las musas
siempre triunfantes, que tejen en la fuente
collares de flores que no se marchitarán.
De su perfume traemos apenas un efluvio
que queremos captar y después retener
en los posible, en la lengua perecedera
donde nacimos. Vanos, nuestros afanes
no lo son del todo: ignorado, algo pasa
que, como dicen, nos viene de lejos y persiste
contra todo, semejante a los ríos subterráneos:
como el temblor a veces de los dioses en el alma,
o el espanto frente a la comunión de los santos.
Robert Marteau (1925-2011).
Traducción de Silvio Mattoni.
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