18 marzo 2012

Inmaculada Mengíbar

TIEMPO DESPEINADO


El mismo olor a tiempo despeinado.
Las mismas calles, los mismos semáforos,
la farmacia de enfrente, el Café de los poetas
tan solo como el aula que esta tarde me ha hablado
de ti en literatura. Y es idéntico
el inefable tacto de la noche en mis hombros
desnudos al calor del misterio o el verso,
y el modo con que acuden a mis ojos portales,
la memoria de calles con parejas lentísimas,
meses, fechas, andenes, madrugadas, al roce
de azahar de esas noches
que aún me reconocen como suya.
El mismo olor a tiempo despeinado.
Va surgiendo una hilera dorada de farolas
que hace temblar un resto
de oscuridad en tus labios. Y una niña
se deshace en latidos más allá de tus ojos
mientras tú te demoras
destrenzándole
el miedo.
Cuánto silencio
acumulándose
en el espacio breve de una boca a otra boca
hasta fundar el beso. Cuántos años,
para al fin descubrir qué lejos, sí, qué lejos
se hallan siempre dos cuerpos que se aman.
Todo aquello que nunca llegamos a decirnos
en aquella ciudad de otoño,
me habla
con tu acento de cosas perdidas para siempre.
Y desde algún lugar
del desamor acaso, del olvido
de aquello que tal vez me hizo feliz un día
-tus manos o tu piel- me llega ahora
un olor de azahar que me envuelve y que besa
dulcemente mis ojos, mis labios, un momento,
mientras cierro el balcón.





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