Desde la ventana de nuestro blog, queremos compartir con todos nuestros amigos este sexto libro“ A tu encuentro “ de la colección “Poesía en la distancia “, así iremos abriendo, poco a poco, las páginas del mismo.
SILENCIO,
SE ESCRIBE
Tal vez lo más
difícil de este proyecto —que llevan a cabo con éxito
Lupe
García Araya y Pedro Javier Martín Pedrós— sea que el
poeta
debe asumir su propio anonimato antes de aceptar el del
otro;
ser un desconocido para sí mismo, inmiscuirse más que
nunca
en el silencio para encontrar y perpetuar un silencio
ajeno que
precisa del suyo propio para convertirse finalmente en
verso, en
el verso preciso, en el verso puntual que comprende —en
la
doble acepción del término— el verso anterior y está
llamado
a ser antesala del verso al que precede. Tarea difícil y
reto
personal para el poeta que
acepta.
No pude resistirme a intentarlo en la entrega anterior
de
poesía en la distancia
que bajo el título de Sin dejar Señales
se
convirtió en más que un reto, una forma de plantarme cara
a mí
misma y ver hasta qué punto el poeta puede salir de
su
ensimismamiento para encontrarse con otros poetas por
el
camino, cuyo nombre desconoce al igual que ignora
las
emociones que los impulsan y las fuentes de las que
beben.
Esta vez, desde la orilla de la escritura, desde estas
páginas
que Lupe y Pedro Javier me prestan, compruebo de nuevo
y
con cierta nostalgia, el espléndido resultado de su
experimento.
Siempre es positivo, siempre satisface y la prueba a la
que nos
enfrentamos, sólo por el hecho de pasarla, hace que te
sientas
pleno, satisfecho.
De los catorce autores y de sus catorce silencios
resultan un
puñado de versos que se encuentran y se acoplan a
la
perfección, como si no vinieran de manos distintas,
de
diferentes experiencias, de corazones cuyo latido nos
es
completamente ajeno y desconocido. Donde más increíble
y
enriquecedora resulta la experiencia es en el poema
colectivo
donde el texto escrito al alimón pasa a ser territorio
transitado
por todas y cada una de las catorce voces hasta conformar
una
única voz, un grito que de tan unitario vuelve a
transformarse
en lo mismo que lo precedió:
silencio.
Fragmento del prólogo de Itziar Mínguez Arnaíz
Del
libro “Silencios encontrados”
Hay un tronco chueco en el huerto de azafranes
con sus hojas marchitas;
peñisca la tierra sus raíces vacías
y yo lo escucho llorar.
Se retuerce, se exige,
le duelen sus semillas yermas,
palidece y se encoge,
y yo lo veo quebrar.
De qué depende el mal, me pregunto
mientras recojo los frutos podridos
inertes.
Ingrávidos, se sumergen en la tierra,
sus pesares, y el cielo se torna gris,
la tierra se empapa al fin de verde,
y el sol ,reluce a lo lejos.
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