al final de
los brazos.
Se las mira
con calma.
Tienen
algunas manchas y restos de tierra.
Su falda
negra forma pliegues raros, diría que vegetales,
llegan casi
a tocar el suelo.
Pienso que
si lo tocasen tal vez germinarían.
¡Imaginad
una corregüela de pliegues negros!
¡Pliegues
vegetales! ¡negros pliegues!
¡tejidos de
pliegues! ¡senderos plegados!
¡creciendo
por todas partes! ¡pliegues!
Los
pliegues de la falda negra son un final.
Dicen en su
nueva forma de corregüela negra:
“Aquí
termina un luto”.
La falda se
aleja del suelo unos centímetros.
El luto
nunca toca la tierra.
Las manos
de mi abuela sí la tocan.
Desde el
final del brazo tocan la tierra,
la surcan,
la remueven con todos los dedos,
con todas
las manchas.
Aunque
tengo las manos en el mismo sitio que mi abuela,
al final de
los brazos;
no puedo
tocar la tierra de la misma forma,
no puedo
surcarla ni removerla.
Me temo que
tampoco puedo colgarme un luto
y dejarlo a
unos centímetros del suelo.
No podría
hacer que se quedase ahí suspendido,
ni hacerlo
callar.
Mi luto se
escurriría quejumbroso
queriendo
embadurnar el mundo
con la
punta negra de su nariz.

No hay comentarios:
Publicar un comentario