06 septiembre 2012

ENCARNA GÓMEZ VALENZUELA




CANCIÓN  DOLIENTE
Quizá ya sea tarde
para ese náufrago que bucea
en las despiadadas aguas de Estrecho.
Salió del corazón de su tierra
                                        con el coraje en la sangre
y con el alma henchida de luceros y de lunas,
desbordada de proyectos e ilusiones.
Pero el furor macabro de los desiertos
marchitó todos sus alhelíes
y vulneró sus naranjos floridos.

Ahora no cabe más infortunio en su pecho.
                                        Cansado de dar cobijo
a la esperanza de un nuevo amanecer,
me ha mirado con ojos tristes, mustios,
ajados, repletos de pesadillas.
He visto restallar la desesperanza
en el ámbito estelar de su acuosa pupila,
humedecida por el brillo de las lágrimas.  
Ya es tarde para él.
Está cansado de vagar a la deriva
de los versos marchitos, de los poemas rotos, 
por ese despiadado mar
                                        que aborta todas sus ilusiones.
Yace tendido en el asfalto
                                        que da cobijo a todas sus penas.
Sus manos están vacías de palomas
y de nidos amorosos donde estribar sus pesares
y su corazón, herido de desamor y de niebla.
La melancolía teje una cortina de dolor
                                        en el fondo de su ser.
El palpito de su pecho
es una canción doliente del alma.
                                        La muerte con rostro de indiferencia,
agazapada en el rellano de su agonía,
lo aguarda  al otro lado de la muralla, al otro lado del alma,
donde las huellas de los pasos se pierden
en la opacidad del llanto,
en la oscuridad de los rincones del corazón.
                                        El agua  pintada en sangre
se desliza furtiva por las acequias del miedo.
Un lobo  revestido con piel de cordero
camina junto al rebaño. Está acechando a su víctima.
No nos demoremos más.
Es ya la hora de partir
para ese lugar lejano donde no llega la luz,
donde las estrellas gimen,
donde la luna pinta en oscuridad ese cielo tenebroso
                                        que nunca da cobijo a la esperanza.

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