Reina María Rodríguez. Poeta y narradora. Nació en La Habana,
Cuba en 1952. Licenciada en Literatura hispanoamericana por la Universidad de la
Habana. En 1976 obtuvo el primer premio del Concurso "13 de Marzo" con su libro
titulado La gente de mi barrio
(poesía). Ese mismo año recibió una mención en el concurso UNEAC con otro libro
de poesía, Una casa de Ánimas, 1976.
En 1980 gana este mismo concurso con el magnífico poemario Cuando una mujer no duerme... También ha
sido galardonada en dos ocasiones con el Premio Casa de las Américas por sus
poemarios: Para un cordero blanco
(1984) y La foto del invernadero
(1998), y con el Premio de la Crítica (Cuba) por: En la arena de Padua (1992) y Páramos (1995). Este último recibió
asimismo el premio de la revista Plural (México, 1992). A partir de Para los pájaros (1995), su noción de la
poesía se torna más compleja: encuentra en las palabras de la literatura una
extensión de la intimidad de su cuerpo. La forma de sus últimos libros enfoca el
problema de la ficción y la poesía como un proceso de la palabra ligada al
cuerpo: los poemas acceden a la prosa, una prosa desgarrada. En 1999 obtuvo la
Orden de Artes y Letras de Francia, con grado de Caballero. En 2000 publica Te daré de comer como a los pájaros
(poesía), Editorial Letras Cubanas. En 2005, en la editorial Extramuros, publica
Bosque Negro. Codirige el proyecto
Casa de Letras y la revista de creación literaria Azoteas.
A VECES
a veces él y ella
jugaban al escondite en torno
los parvos de heno y los setos de ciruela podados
porque él entendía mucho de caballos y simientes
y olía a fruta desde el belfo a los cascos,
cuando sentado frente a ella con su abundante pelo amarillo
que estaba siempre tan revuelto como la melaza
y el agua de canela del tronco de aquel árbol de sus ojos
-de la supervivencia- eran los ojos que invadía la muerte
la sazón de la muerte con su espuma rojiza
(no hay palabra alguna para sacrificar la muerte
la muerte nunca está del lado de quien muere,
no señala su secreto en el acto de matar).
y ella entonces aportaba sus ojos que invadían la muerte
por encima de la sombra que entraba en el cieno.
yo tenía dieciséis años y lo veía venir
-lo abracé, como pude.
(debes olvidar toda argumentación, toda filosofía del desamparo)
me doblaba y mordía la punta de los dedos
tiznada de sagradas cenizas
bajo el calor de un sol meridiano
mi letra, su sílaba, simboliza el silencio después de la obsesión
-ella piensa en la divinidad.
no hacemos trampas.
el tiempo asesino le arrebata mi cuerpo y también
la abundancia del campo de la imaginación
donde todo fue amenazado
mientras la cosecha terminó de grabarse sobre el fango.
los parvos de heno y los setos de ciruela podados
porque él entendía mucho de caballos y simientes
y olía a fruta desde el belfo a los cascos,
cuando sentado frente a ella con su abundante pelo amarillo
que estaba siempre tan revuelto como la melaza
y el agua de canela del tronco de aquel árbol de sus ojos
-de la supervivencia- eran los ojos que invadía la muerte
la sazón de la muerte con su espuma rojiza
(no hay palabra alguna para sacrificar la muerte
la muerte nunca está del lado de quien muere,
no señala su secreto en el acto de matar).
y ella entonces aportaba sus ojos que invadían la muerte
por encima de la sombra que entraba en el cieno.
yo tenía dieciséis años y lo veía venir
-lo abracé, como pude.
(debes olvidar toda argumentación, toda filosofía del desamparo)
me doblaba y mordía la punta de los dedos
tiznada de sagradas cenizas
bajo el calor de un sol meridiano
mi letra, su sílaba, simboliza el silencio después de la obsesión
-ella piensa en la divinidad.
no hacemos trampas.
el tiempo asesino le arrebata mi cuerpo y también
la abundancia del campo de la imaginación
donde todo fue amenazado
mientras la cosecha terminó de grabarse sobre el fango.


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