21 enero 2013

Jorge Rieschmann


No tiene doble fondo
                                                                                        (para Gustavo Martín Garzo)

Todos estamos mancos en el mundo; la mayoría de los seres humanos no
     se dan cuenta; la mayoría de quienes se dan cuenta son incapaces de
     aceptarlo.

El enigma de la vida no es lo acabado, lo consumado, lo pleno, sino lo
     imperfecto. Malhaya quien se obstina en perseguir la perfección, pues la
     vida le escapa, la vida y su enigma.

No tiene doble fondo porque no tiene fondo.

Imágenes persiguen a imágenes que persiguen a imágenes. El espesor de
      las pantallas de televisión disminuye constantemente, su brillo y
      superficie aumentan, el prisionero olvida que alguna vez deseó escapar.
      No tiene doble fondo porque no tiene fondo.

Es asunto de preferencias y de expectativas, me diréis. Es asunto de vida
      que se debate en un tremedal de hidrocarburos, en una imparcialidad
      de quirófano, en un interminable chapaleo hertziano, creo que os
      contestaría. Todos estarnos mancos en el mundo, pero ninguna herida
      puede resumirse a conocimiento categorizable.

En poesía no se puede ni hablar por hablar, ni hablar por el placer de
      escucharse a sí mismo. El breve tiempo y la demasiada muerte nos
      vedan tales frivolidades. El soliloquio me parece esencialmente no
      poético: en poesía todo se extrema hacia el tú.

Todo ocupa un lugar: también la palabra prescindible. Para ocupar el suyo,
      la palabra prescindible ha desplazado o bien a la palabra sustancial, o
      bien al silencio. Eso es intolerable.

No estoy hablando de buenos sentimientos. Estoy hablando de las caderas
      de la mujer que no dejaba de estornudar en pleno verano, o del paso
      del hombre frágil que cuando cruzaba la calle iba exponiéndose en cada
      movimiento.

La lumbre del despertar, para quien no persigue el cristal helado cuya
      absoluta transparencia hechiza.

Para éste la sal del sudor, la dulzura del pan compartido y la sumergida
      incandescencia de la sangre.

 

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