Que no
crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya
yo del resabio,
del cinismo,
de la imparcialidad de hombros
encogidos.
... Crea yo siempre en la vida
crea yo siempre
en las
mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirenas
tenga mi alma
siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
a la
piel de un paquidermo inconmovible,
helado.
Llore yo todavía
por sueños
imposibles
por amores prohibidos
por fantasías de niña hechas
añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las
canciones,
muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.
Por si vinieran
tiempos de silencio.
(De Diario de un destello, Ed. Rialp, Madrid,
2006)
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