21 febrero 2013

Gimeno, Beatriz




Yo lo ignoraba todo de la vida...



Yo lo ignoraba todo de la vida.
Era muy joven
y mis labios besaban dulces pieles que no se me negaban.
Nadie me hablaba del dolor que yo no conocía
y el amor lo intuía vagamente
porque todo bastaba cuando el deseo crecía.
Los besos entonces no mataban, ni herían las palabras,
el placer sospechado era posible,
vivía, puedo decir bien alto que vivía.
 
¿Qué pasó?
No lo se.
Las playas son las mismas,
los cuerpos aún son jóvenes, el deseo es audaz
-tal como entonces, quizá más-
mis muslos aún aprietan caderas poderosas,
y sin embargo mi aliento se extingue lentamente
y hieden ya todos los puertos donde arribo.
 
Me duelen los recuerdos de otros días,
las risas, los olores,
el deseo que dejé de cumplir por lanzarme al camino.
 
Ahora soy piedra inmóvil en mi casa,
esposa austera y fiel, madre amante y tirana,
oscura sombra de mí misma,
aburrimiento tenaz, desidia
-de dejado de ser-,
se ha apagado la luz que más me llama.

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