Porque a veces la tierra
no soporta nuestro peso.
Se sacude.

Alinea los cauces.
Reordena las orillas.
Silencia el ruido de los años ciegos.
Desabrocha el ecuador, se derrama.
Provoca un temblor de sangre y de huesos.
El ansia de silencio
cauteriza surcos y huellas, disuelve,
como el lodo en el agua,
los vestigios de los pasos, las sombras
vivas, sobre las ruinas.
La existencia toda, ante el precipicio.
Y sin hacer inventario de vidas,
descose cada línea divisoria,
Cayendo entre sus grietas
nuestros juicios pendientes.
La tierra, dolorida
regresa a los abismos primigenios.
Se retuerce; sobreviene el alud
definitivo, sepultando tiempo,
palabras y ciudades.
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