Un
día te hiciste mayor.
Lo
supe porque dejaste de venir
a
acurrucarte a mi lado
los
domingos por la mañana.
Dejaste
de buscar el calor
de
mi costado
y
mi mano distraída
haciéndote
dibujos en el pelo.
Dejaste
de pedir que te contara
cómo
eras de pequeño
y
cómo era yo y cómo tu abuelo
y
apareciste, sabio ya.
Todo
lo sabías en esa mañana triste.
Me
costó acostumbrarme
a
verte aparecer en la cocina
con
el ceño fruncido, silencioso.
Tuve
que aprender a quererte de nuevo,
también
así, distante y gris.
Aprender
que sólo era un baile de disfraces
en
el que me tocaba adivinar
de
qué ibas vestido,
pero
sabiendo que siempre
detrás
estabas tú,
igual
que tú esperabas
que
yo estuviera siempre
esperando,
sin disfraz.
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