Pilar Adón nació en Madrid en 1971. Se
licenció en Derecho por la Universidad complutense, y más tarde se especializó
en legislación medioambiental. Narradora y ensayista, con 17 años ganó su primer
premio literario en RNE-R3 con un relato breve. En 1995 empezó a publicar
relatos en revistas literarias como La
Hora Feliz, El Pájaro de Papel y
Píntalo de Verde, de Mérida.
Como ensayista obtuvo en 1998 el Premio Regenta de Salamanca con Donde Acaba la creencia. En septiembre
de ese año participó además en la primera exhibición internacional de poetas
contemporáneos de la Universidad St. Thomas de Fredericton, Canadá, con el poema
Parábola. En 1999 obtuvo el I Premio Nuevos
Narradores Ópera Prima con El hombre de
Espaldas, su primera novela. Viaja a Lima, Perú, para participar, en mayo de
2001, en los IV encuentros hispano-peruanos de jóvenes narradores. Es una de las quince jóvenes
escritoras seleccionadas por la editorial Castalia para su antología Ni ariadnas ni penelopes. En junio de 2001 participa en la 5ª
edición de Libros a la calle, con el primer párrafo de el hombre de
espaldas. Su segunda novela, las hijas de Sara, se publica en 2003 y
la sitúa en el panorama literario español. Obtiene el segundo Premio Hucha de
Oro 2004 con el cuento Oxford.
Pilar Adón ejerce la crítica literaria en el suplemento cultural Caballo Verde del diario madrileño La Razón. También en los suplementos
culturales Babelia, Eñe, Turia, Müsu…
Ha traducido el libro de relatos Parecidos razonables, de Christina
Rossetti (Editorial Funambulista, 2006) y la novela El mentiroso, de Henry James (Editorial
Funambulista, 2005). En 2006 publica el poemario Con nubes y animales y fantasmas (EH
Editores), y forma parte de distintas antologías poéticas: Los jueves poéticos (Ediciones
Hiperión), La voz y la escritura
(Sial Ediciones), Hilanderas
(Ediciones Amargord) o Todo es poesía
menos la poesía (Editorial Eneida).
YO
Yo… Lo sé. Tengo ese miserable
aspecto
del que va demandando cariño por
las puertas.
"Quiéreme un poco. Quiéreme un
poco…"
Los ojos nostálgicos hacia el
coche que se aleja
y la espalda estrecha que se
detiene por última vez para decir adiós
Yo… Lo sé. Persigo la mirada
comprensiva de todas las madres
y a veces las manos grandes de
cada padre.
El susurro al teléfono que me
diga: "todo está bien"
mientras la niña del pañuelo
negro gira
y gira esperando la llegada del
sosiego.
El apaciguamiento de la marea
oscura que sube.
Y sube a la boca desde el alma
que se creía ya aliviada
pero que no. Porque el alma,
aunque se suponga el éxito sobre ella, cuando es dolorosa y cuando tiene la tez
de la angustia,
sobrevive.
Yo… Lo sé. Me estoy ahogando y
no entiendo nada.
Dejé que tomara mi mano y me
arrastrara hasta la orilla.
"Vas a ver un milagro", me
dijo.
Y la niña de los zapatos negros
con lacito
me miraba a la cara y me
mostraba sus dientes de conejito.
"Perdón. Perdón. Perdón."
Parecía suplicar. "Yo no fui. No fui yo…"
Yo… Ahora cuento las varillas
azules que se insertan
en aquel jarrón transparente y
me pregunto:
(uno, dos tres…)
¿Por qué lo haces?
(cuatro…)
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