Arreciaba el frío aquella noche
fuera y dentro de mí.
Latidos débiles musitaba la vida
a cambio de una sonrisa de algodón.
Entonces llegaste tú,
con el mar de tus ojos clavado en mis adentros,
Y mi vida volvió a brillar de nuevo.
Me aferré al cobijo de tu pecho
y el dolor se diluyó en abrazos.
Amor
impregnado eternamente en mi esencia.
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