Lloro
con el rasgueo de una guitarra
sin
fronteras,
ante
la marcha infinita de un adiós
lleno
de lluvia,
con
los huérfanos de lo cotidiano,
y
con manos arrugadas de sufrimiento.
Lloro
cuando la puerta
está
siempre cerrada para
los
mismos,
y
los mismos nunca tienen voz.
Lloro
cuando roban un abrazo
en cualquier hospital,
cárcel
o burdel.
Lloro
ante un pincel roto,
una
palabra herida de rencor
o
cualquier amenaza a la
alegría.
Lloro
ante los pasos de
un
soldado con destino a
“guerras
solidarias”
y
su familia esperando
eternamente
en la ventana.
Lloro
pelando una cebolla,
pariendo
un poema,
y
la comunicación imposible.
Lloro
tras las cortinillas de un
vagón
iniciando la marcha
en
cualquier estación del año.
Lloro
ante tu pañuelo, oliendo
fragancias
que ya se fueron
anunciando
recuerdos de ida y vuelta.
Lloro
con la música que une puentes,
cuando
amo acurrucado a tus entrañas,
y
no encuentro luz en mis sueños.
Lloro
en la orilla de cualquier
playa
sintiendo las caricias
que
me envías con las olas.
Lloro
si no siento los silencios
que
me dicen que estás cerca.
Del libro : Poesía en la distancia
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