LA NOVIA
El coche se detuvo ante la escalinata de la iglesia, llena de
curiosos. Las campanas de la catedral tocaban sin cesar, proclamando con su
tañido el feliz acontecimiento. Del vehículo especial -un Hispano suiza de los
años cincuenta, descapotable y adornado para la ocasión-, bajó la novia vestida
toda de blanco, con un traje nupcial de diseño creado especialmente para ella.
Un par de niñitas se colocaron rápidamente detrás para recoger la
larga cola del vestido e impedir que ésta rozase sobre el suelo.

Mientras tanto, la chica avanzaba lentamente, mirando a un lado y
al otro, con una sonrisa forzada, de circunstancias, agradeciendo con leves
inclinaciones de cabeza la presencia de los asistentes y los comentarios que su
paso ocasionaba. De vez en cuando volvía su cabeza hacia ambos lados de la
enorme sala, inquieta, como intentando descubrir a alguien en especial. El
órgano de la catedral continuaba con sus célebres notas, marcando el paso del
cortejo.
De pronto la joven se encontró frente a su novio, que la
había estado observando, orgulloso, en pie en lo alto del estrado y al
lado derecho del reclinatorio. El novio se acercó y le ofreció su brazo a la
joven. Formaban la clásica pareja apreciada por la sociedad: él era más alto y
más fuerte que ella, que aparecía más bajita y más frágil. Parecía una muñeca
de porcelana, toda blanca, de pechos pequeños, los justos para hacerlos
atractivos; el óvalo de su cara radiante mostraba unos ojos negros, grandes,
con largas pestañas húmedas por unas imprudentes lágrimas que se le escapaban.
El compañero parecía ser de edad mucho mayor que ella: su cabeza estaba poblada
de abundantes canas; los rasgos de su cara se presentaban flácidos y rugosos.
Ambos se acercaron al altar y permanecieron de pie mientras el
sacerdote se acercaba hasta ellos. En ese momento cesó la música y un silencio
sepulcral invadió el santuario.
- Don Francisco de la Torre y Almenara, quiere usted por esposa…
La chica parecía ausente mientras el sacerdote hacía las usuales
preguntas; miraba hacia ambos lados, inquieta. Una lágrima resbaló por la
mejilla y alguien exclamó: “Está emocionada de alegría, pobrecilla”
La voz del cura la sacó de sus pensamientos cuando se dirigió a
ella y le preguntó:
- Doña María Mercedes, ¿quiere usted por esposo a don Francisco de
la Torre y Almenara?
Fue entonces que le vio. Estaba en el lado derecho, pegado a la
pared. El chico la miraba intensamente, muy serio, sus ojos clavados en los de
ella… Por su mente desfilaron rápidamente todos sus recuerdos: los años en el
instituto, sus escapadas a la playa, sus besos y caricias, sus promesas de amor
eterno, su cuerpo esbelto y musculoso sobre el que ella había reposado después
de haber gozado intensamente del amor… La novia secó sus lágrimas traidoras,
miró al sacerdote y dejando escapar un sollozo respondió:
– Sí, quiero.
En ese momento, el coro de la Iglesia entonó el Ave María. El
novio levantó el velo que ocultaba la cara de su esposa y le dio delicadamente
un beso en los labios. Ella volvió a mirar hacia el lugar donde había visto al
joven, pero ya no estaba, había desaparecido. ¡Ave María!, repetían las voces
del coro. Su voz, quebrada por el dolor, quedó anulada por el cántico cuando,
mirando hacia el enorme crucifijo que ocupaba el centro del altar, dijo:
¡Perdóname!
Registrado en el Registro de la Propiedad Intelectual CA-2000
1 comentario:
¡Gracias, amigo Pedro! Un detallazo. Abrazos
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