07 agosto 2013

Juan Pan García





  1. PSICOSIS

    Lola ha terminado su trabajo de canguro en una casa de la calle Delicias y viaja en el último servicio de metro de la jornada. Apenas media docena de pasajeros ocupan el vagón. El tren anuncia la inminente parada en Sol, la suya, y ella se apresta para salir. De súbito ve levantarse de su asiento a un joven moreno, alto, de pelo largo y cogido en una coleta en la nuca, que la mira in...
    sistentemente con sus ojos color miel.

    Ella siente un escalofrío y se vuelve hacia la puerta, rezando para que la estación esté atestada de gente y ella pueda perderse entre la masa. El sonido del tren deslizándose a gran velocidad por las vías, la voz en off del sistema anunciando la próxima parada aumentan la ansiedad de Lola, que ve cómo los segundos se tornan horas.

    De pronto las luces de la estación pasan rápidamente ante ella y se escucha el peculiar sonido del aire al accionar el maquinista los frenos y la apertura de las puertas. Lola sale, mirando de reojo hacia el chaval moreno y ve que la sigue sin dejar de observarla; ella acelera el paso, intentando mezclarse entre los escasos pasajeros que se han apeado del tren, pero éstos se pierden en los túneles de las correspondencias y en las diferentes salidas. La chica se aterra y siente aumentar sus pulsaciones; mira hacia detrás y ve que el chico está a unos diez metros, ve que la mira mientras se detiene para encender un cigarrillo. Entonces ella inicia la carrera precipitadamente, gira en una curva y encuentra las escaleras mecánicas de la salida. Vuela sobre ella, saltando los escalones de dos en dos y se gira al llegar arriba: el chico también corre y Lola siente verdadero terror; sale a la esquina de la calle Montera y corre por ésta hacia la Gran Vía.

    En el camino sortea a prostitutas y travestís, que muestran generosamente sus encantos a los peatones; el chico moreno la sigue, empinándose para descubrir a la chica tras la masa de gente que circula en ambas direcciones. La ve detenida en la Gran Vía mirando a izquierda y derecha. Lola atraviesa la calzada corriendo, sin esperar a que el semáforo cambie y le dé luz verde. La gente se vuelve al escuchar un chirriar de frenos precipitados seguido de un estruendo y ruido de cristales rotos. Un claxon se queda enganchado, pitando sin cesar.

    Los conductores y algunos peatones gritan a Lola y la insultan, un coche de la policía estacionado junto a una boca de metro cercana hace sonar su sirena y se pone en marcha; pero ella no está para perder tiempo en dar explicaciones: ya la violaron una vez y no desea repetir la experiencia.
    Y el moreno está en la acera, junto al semáforo, mirándola fijamente. Ella aprovecha para aumentar distancias y entra en la calle Ballesta, corre entre los transexuales, prostitutas y hombres maduros y solitarios, que le lanzan piropos soeces y proposiciones odiosas.
    Decide girar en la primera calle y volver a la Gran Vía para dirigirse a la buhardilla que ocupa en un viejo edificio renacentista próximo a la Torre de Madrid.

    Está cansada, muy cansada, su corazón parece querer escapar por la boca; mira hacia atrás y ve con horror que el chico corre tras ella a cincuenta metros. Lola tuerce en la esquina y se mete en un portal que encuentra abierto, sube las escaleras, se detiene en la primera planta y se acurruca en un rincón.
    Teme que el sonido de su agitada respiración la delate; busca en su bolso el teléfono para llamar al 112, pero no lo encuentra. Entre los diversos objetos que contiene el bolso toca una lámina fina y corta: la lima de las uñas, y la sujeta con fuerza, cerrando el puño en torno a ella.
    La escalera está oscura, pero ella siente que las sombras se hacen más negras cuando alguien entra por la puerta de la calle. “¡Está allí!”, piensa.
    De pronto escucha unos pasos que se detienen al pie de la escalera y luego comienza a subir, marcando los escalones. Lola se ahoga, no puede aguantar la respiración, ¡Ah… Ah… Ah…. Ih, ah, ih, ah…! El aire silba al aspirar; el miedo la atenaza, y ella aprieta firmemente la lima en su mano, dispuesta a defenderse.
    De pronto la luz se enciende y Lola da un grito al ver de pie ante ella al chico, que la mira con ojos desorbitados. Ella grita con todas sus fuerzas:

    –¡Ayudaaaaaaaaaaaaaa!, ¡socooooooorro!

    El chico mira a todos lados, asustado; se escuchan ruidos de puertas que se abren y voces preguntando qué sucede.
    Lola llora, tiembla y se orina encima. El chico se inclina y pregunta, mostrándole un celular:
    —¿Se encuentra usted bien, señorita? Se le cayó el teléfono al salir del metro. Yo sólo quería entregárselo. Sé lo importantes que son, y si alguien lo encuentra y lo usa sos vos quien pagás la factura.
    Ella lo mira con los ojos desorbitados, no entiende, está bloqueada y no puede pronunciar palabra, y por eso permanece muda cuando unos policías se lanzan sobre el chico y le golpean, lo controlan en el suelo y le ponen las esposas.
    El chico está en el suelo, inconsciente, y uno de los agentes dice:
    —Este ya no atracará a nadie más.
    Otro policía busca dentro de su cazadora, saca una cartera y examina los documentos que contiene. Luego, mirando despectivamente hacia el chico que está en el suelo, dice:
    —Es un “sudaca”, un sin papeles. Lo ficharemos y ojalá lo devuelvan a su país.
    FIN

    de mi libro de relatos "ESTAMPAS DE MUJERES"

No hay comentarios: