02 septiembre 2013

Anabel Caride,



El día en que mi abuela murió me entregaban el coche,



mi primer coche nuevo.
Era verde verano, me dijo el vendedor,
color de sus agostos sentados en la puerta
inventando un motivo para dar una fiesta,
algo que celebrar.
Hoy ya tiene ochos años,
algunas ITVs y tantos moratones en la chapa
que casi no recuerda su pintura estrenada.
Viajero como ella ha jugado a subir carreteras que nadie imaginó.
Otro superviviente.
Cuando sea chatarra,
cuando pueda pagar otras letras que me envidien los otros,
él será un amasijo de hierros
grises como el asfalto.
Lo que no va a envidiar ningún imbécil
será esta quemadura que no disfrazará un coche a todo riesgo
sacado del taller:
el hueco que dejó en mi guantera su bolso jipilón,
la negra certidumbre de saber
que ella nunca será mi copiloto. 

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