Su infancia transcurrió en un medio familiar lleno de conflictos. En 1896, tras abandonar la escuela militar por problemas de salud, tomó cursos de literatura, historia del arte y filosofía en las Universidades de Munich y Berlín. Dedicado de lleno a la literatura, viajó por varios países de Europa, trabó amistad con importantes intelectuales y sostuvo tormentosos romances que nunca llenaron sus expectativas. Cuando fijó la residencia en Paris en 1902, ya era reconocido como el más importante escritor en lengua alemana. Allí publicó obras importantes como "Nuevos poemas" 1907, "Réquiem" 1909, y la novela "Los cuadernos de Malte Laurids Brigge" 1910.
La primera guerra mundial lo sorprendió en Munich donde se vio obligado a prestar servicios como oficinista. En 1919 logró establecerse en Suiza y terminó las famosas creaciones "Elegías de Duino", "Los sonetos a Orfeo",
"Gong" 1924 y "Mausoleo" 1926.
Víctima de leucemia, falleció en Suiza en diciembre de 1926. ©
Un día tomé entre mis manos...
Un día tomé entre mis manos
tu rostro. Sobre él caía la luna.
El más increíble de los objetos
sumergido bajo el llanto.
Como algo solícito, que existe en silencio,
tenía que durar casi como una cosa.
y con todo nada había en la fría noche
que más infinitamente se me escapara.
Oh, porque desembocamos en estos lugares,
se apresuran hacia la pequeña superficie
todas las ondas de nuestro corazón,
voluptuosidad y desfallecimiento,
y al fin, ¿a quién ofrecemos todo esto?
Ay, al extraño, que nos ha malentendido,
ay, a aquel otro, que nunca hemos encontrado,
a aquellos siervos, que nos han maniatado,
a los vientos de primavera, que se han desvanecido,
ya la quietud, la perdedora.
Versión de Jaime Ferrero Alemparte
Un día tomé entre mis manos
tu rostro. Sobre él caía la luna.
El más increíble de los objetos
sumergido bajo el llanto.
Como algo solícito, que existe en silencio,
tenía que durar casi como una cosa.
y con todo nada había en la fría noche
que más infinitamente se me escapara.
Oh, porque desembocamos en estos lugares,
se apresuran hacia la pequeña superficie
todas las ondas de nuestro corazón,
voluptuosidad y desfallecimiento,
y al fin, ¿a quién ofrecemos todo esto?
Ay, al extraño, que nos ha malentendido,
ay, a aquel otro, que nunca hemos encontrado,
a aquellos siervos, que nos han maniatado,
a los vientos de primavera, que se han desvanecido,
ya la quietud, la perdedora.
Versión de Jaime Ferrero Alemparte
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