06 octubre 2013

Ana María Lorenzo




PREGUNTAS



Estuve paseando con mi amiga por la huerta.
Atardecer de geranios rojos destellaba
como puertas de heridas mal curadas.
Al pronto, saltó un gato.
Ella alzó la mano saludando al vecino.
Un caballo relinchaba.
La cosecha despuntaba.
Tiempo que sueña en pasado,
tanto que hoy no existe el huerto,
ni ninguno de ellos.
El gato, la amiga y su mano,
el vecino y el relincho del caballo.
¿Dónde está todo ello?
¿Ese frágil momento marcado
por los finos verbos de la sutil línea
de un atardecer de geranios?
Pregunta que hago
con curiosa aceptación
en el durmiente sol
del declinar de mi vida.
Foto: PREGUNTAS
Estuve paseando con mi amiga por la huerta.
Atardecer de geranios rojos destellaban
como puertas de heridas mal curadas.
Al pronto, saltó un gato.
Ella alzó la mano saludando al vecino.
Un caballo relinchaba.
La cosecha despuntaba.
Tiempo que sueña en pasado,
tanto que hoy no existe el huerto,
ni ninguno de ellos.
El gato, la amiga y su mano,
el vecino y el relincho del caballo.
¿Dónde está todo ello?
¿Ese frágil momento marcado
por los finos verbos de la sutil línea
de un atardecer de geranios?
Pregunta que hago
con curiosa aceptación
en el durmiente sol
del declinar de mi vida.



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