20 octubre 2013

Félix Gala Pastor

Ella II



Del durazno aquel suave terciopelo,
con la fragancia azul de las violetas,
tiene su piel. Sus ojos: dos saetas
que al mirarme se clavan como hielo.
Su figura provoca tal anhelo
de adorarla, atraerla y seducirla,
que daría la vida por servirla;
y hablando del espíritu diría:
igual que el agua de una fuente umbría,
que sofoca la sed con percibirla.

Bebí en su boca el néctar de Cupido
calmando así mi inmensa sed de amor,
besé sus ojos con igual fervor
y desperté su cuerpo adormecido.
De pasión quedé tan encendido
al acercarme a su volcán ardiente,
que tuve que beber en esa fuente
y, con mis labios, mitigar el fuego
de su pasión nacida para, luego,
penetrar aquel cráter hondamente.

Me sentí con su gozo tan fundido 
que la paz de los cielos me inundó,
la fuerza de los mares me llenó
y de dicha quedé todo embebido.
Desde entonces mi mente no ha dormido,
temblando por la angustia de perderla,
pues no puedo vivir sin poseerla;
necesito sentir cómo me adora,
que siempre será mía, como ahora,
pues moriré si no puedo tenerla... 

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