04 noviembre 2013

Lupe García Araya







Los llamadores de ángeles

no dejan señales

cuando pasan,

ni dejan deseos

en los inviernos.

Tampoco

dejan rastro de tristeza

si la tienen.



Pero nos sorprenden

con abrazos de colores

y sueños que dejamos olvidados

al cruzar deprisa los espejos.


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