05 noviembre 2013

TOÑO MORALA





Olas de tierra… mar del pan







Lo había dicho y dejado escrito… ¡Quisiera morir en el regazo de la tarde, cuando el sol se adentra en la noche y los sueños no tienen que pedir permiso a los amos del mundo… Quisiera morir detrás del horizonte, ese desde el que las amapolas crean la belleza necesaria, y el trigo se peina con el leve viento en las mañanas de mayo… Quisiera convertirme en hoja caída del más feo de los árboles y bogar por arroyos, ríos y mares…! Y así se nos murió el hombre bueno, el sabio que no necesitaba compañía porque la de los pájaros y la de los perros era más fiel. Su mirada gris era tranquila y bonachona; sonreía lo justo, comía lo justo, dormía lo suficiente, y era totalmente autosuficiente en todo; se dejaba guiar por el calendario natural, y jamás se recuerda que pasara hambre y necesidades. Usaba las estaciones a su antojo, las semanas y los días, y así tuvo una vida apacible, tranquila y llena de aprendizaje; estos días previos a su muerte, sacaba todos los días a la puerta de su casa unas cuantas cebollas para que secasen. Sentado esperaba a que el sol se pusiera, y tranquilamente, sin prisas, recogía de nuevo las cebollas y las llevaba al galpón. Decía que en invierno una buena sopa de cebolla era el mejor remedio para catarros.
Antaño le recuerdan joven y fuerte, llenaba la vida con el duro trabajo de la mies. Las tierras pobres que araba con vacas de trabajo, se dejaban acariciar por las vertederas de hierro trabajadas por el herrero de la forja; y así decía que hacía olas de tierra para el mar del pan. Y de ahí comió  siempre… Hoy es un día triste, el corazón se siente más solo que nunca, y la naturaleza del otoño le va a echar de menos… en el portalón todavía se puede ver el arado romano y las vertederas del mar del pan. En su esquela reza su nombre, y donde pone familiares… “tus amigos vecinos y el pueblo, nunca te olvidarán”.

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